El cuento de los viernes03/08/2020

Verano

El último #CuentoDeLosViernes de la temporada nos habla de verano, pero también, de acogida y miradas tras las mascarillas.

No, no debería ser el título pero lo que hay que contar ha sucedido en verano y… lo vamos a dejar así.

Todo empezó en primavera, en la época en la que la vida se renueva, brota la naturaleza y la luz lo inunda todo con la belleza propia de la obra de Dios.

Todo empezó con una desdicha que traspasó fronteras y días y noches y más días y más noches.

Todo empezó cuando los de Cáritas tuvimos que parar.

¿Parar? Ni pensarlo. ¿Ha parado el Evangelio alguna vez? Los de Cáritas han llegado al último rincón donde se les ha necesitado porque los de Cáritas se han reinventado con la ayuda de voluntariado joven que ha entendido que los mayores debían quedarse en casa y que era su momento para dar un paso al frente.

Y ahí ha estado nuestro voluntariado mayor, en casa, siendo pioneros en el teletrabajo. El móvil ha sido su instrumento perfecto de la caridad. ¡Quién lo iba a decir! Se ha acompañado, alentado, asesorado, compartido, brindado esperanza, sosiego, paliado soledad, simplemente charlado… Se ha acogido entrañablemente a personas desconocidas a las que el parón económico les ha dejado sin medios para subsistir, sin mecanismo para gestionar papeles… ¡Hemos conjugado tantos imprescindibles verbos por teléfono!

Pero… lo que queremos contar de verdad empezó en verano. Fue algo, multiplicado por cada una de nuestras Cáritas parroquiales, inédito, tan antiguo como el principio de las relaciones humanas y a la vez tan nuevo y extraordinario como un milagro.

Un cruce de miradas. Eso fue y ese es el verdadero título de esta página.

Las puertas de Cáritas abiertas de nuevo. Con mascarilla y guardando la distancia prudencial, un saludo, un nombre en tono de exclamación y unos ojos que se prenden en otros ojos. Lo que esa mirada entrelazada expresa va más allá del agradecimiento, de la preocupación o de la alegría del reencuentro tan esperado por ambas partes. Es la mirada de Dios hecha humanidad, hecha fragilidad, que expresa lo poco que somos los unos sin los otros, todo lo que nos necesitamos. Una mirada de camaradería, de persona a persona, de valor reconocido en el otro, de reconocimiento desde el principio de los tiempos, nueva e imprescindible para el bien vivir. Una mirada que ni unos ojos achinados con preciosas arrugas en el extremo, símbolo de la sonrisa del ahora, pueden esconder. Una mirada que debe ser guardada en lo más profundo del alma para que no se pierda nunca, para tenerla bien cuidada, siempre activa y fresca cuando los tiempos mejoren.