Ahmed Alefad: «Los chicos que pasan a Ceuta escapan porque están buscando algo mejor»
Ahmed llegó de Marruecos hace quince años. Soñaba con unos hijos que no crecieran, como él, en la desesperanza de la marginalidad y la miseria.
Ahmed llegó de Marruecos hace quince años. Nada nuevo, como todos buscaba un futuro, un porvenir. Quería trabajo, traer a la chica que amaba y formar una familia. Soñaba con unos hijos que no crecieran, como él, en la desesperanza de la marginalidad y la miseria.
Como todos los jóvenes de entonces y los de ahora, buscaba, pero en su país no encontraba lo que necesitaba.
A Ahmed y a sus compatriotas que viven aquí no les gusta nada lo que está ocurriendo en la Frontera Sur porque el sentimiento de quienes han entrado ahora en España es lo que sintieron ellos también. «Los chicos que pasan a Ceuta escapan porque están buscando algo mejor. La situación que tienen en Marruecos no le gusta a nadie. Los políticos no piensan en las personas. A ellos les dan igual, entre ellos cobran buenos sueldos y los demás que se busquen la vida. La gente cree que va a encontrar mejores condiciones de trabajo en España. Los amigos nos preguntan y les decimos que todos sufrimos pero por mucho que suframos, es mucho mejor que lo que tienen allí».
Ahmed vino escondido en un camión con otras personas y no se enteró nadie, ni el que llevaba el camión. Una noche, en un parking, rompieron el candado, se introdujeron y volvieron a cerrar. Llegaron a Marbella y encontraron unas familias que les ayudaron. A Ahmed, generosos, le pagaron el viaje a Barcelona porque allí se encontraba su hermana, que había venido unos años antes.
Su hermana formó su familia. Ella y el marido, como todo el mundo, cuando hay trabajo, trabajan. Depende de cómo van las cosas.
A Ahmed le llamaron unos amigos para que viniera a Valencia, a Puçol, porque había trabajo en el campo, para recolectar naranjas. Trabajo duro de jornadas que les salen a quince, veinte o treinta euros. Cuando llegan a cincuenta es «como si les hubiera tocado la lotería». Hace un tiempo tuvo suerte porque es un manitas de la soldadura y le contrataron en una fábrica de lámparas. Hasta que llegó la maldita pandemia. Un ERTE primero, reducción de jornada después y por último el despido. Ha podido engancharse a esta última campaña de la naranja y ahora, otra vez al paro.
Vive con su mujer, a la que arregló los papeles hace unos años y se la pudo traer, y sus dos hijos, de año y medio y casi cinco años, en un piso de alquiler con dificultades para pagar los trescientos cuarenta euros que les cuesta al mes con lo poco que cobra de desempleo.
Lo más importante para él y su mujer es que sus hijos estén bien. Cuando no tienen para comer… «Yo salgo de casa a buscar los jornales que haya. Los veo que comen, aunque nosotros no podamos y todo está bien. El mayor va al colegio y quiero que estudie, que vaya vestido más o menos igual que los demás, porque los niños notan las cosas y como no saben, empiezan a hablar…».
Les están echando una mano, bastante, dice él, en Cáritas. Tienen una amiga, Elena, voluntaria, que le ayuda con los papeles del paro, de los servicios sociales, el médico y lo que necesiten. Elena se preocupa mucho para que la mujer de Ahmed aprenda el castellano y pueda trabajar en cuanto el pequeño vaya a la guardería.
La de Ahmed es una familia, entre un infinito de familias iguales que la suya, que busca un trabajo digno y honrado para vivir, para educar a sus hijos, para disfrutar y sentirse orgulloso de sus progresos, para verles crecer y hacerse hombres con oportunidades y formando, a su vez, sus propias familias. Y muchos nos preguntamos por qué no puede ser así.