Agentes de Cáritas12/06/2020

Alberto Ferrando: «Echo de menos a mi familia y poder valerme por mí mismo»

Alberto vive en una situación de inestabilidad pero no pierde la esperanza de mejorar su realidad, con el apoyo de Cáritas Catarroja.

Soy un valenciano de cuarenta y ocho años, soltero, de familia católica y practicante. Mis padres ya fallecieron y también mi único hermano, a los veintisiete años. A los dieciséis o diecisiete, al acabar la EGB, me puse  a trabajar. En casa, familia trabajadora, les vino bien este nuevo sueldo. Empecé, igual que mi padre, como cerrajero. Después, camarero, repartidor y más tarde la hostelería donde llegué a la cocina y descubrí que se me daba muy bien. Adquirí, sin título, mucha experiencia hasta que llegó la ineludible crisis de dos mil ocho y muchos trabajos que eran estables dejaron de serlo. Eso y la muerte de mi hermano y de mis padres en poco tiempo dieron paso a un periodo de bajón. Sigo con el Señor porque Él me quita y Él me da. Desde que vivo en Catarroja estoy en la parroquia Nuestra Señora del Pilar y me refugio con Él.

¿Es entonces cuando tienes que acudir a Cáritas?

Cuando me quedo sin familia empiezo a dar tumbos, a hacer trabajos en B, a repartir publicidad, me fui al campo… tuve un pequeño accidente y me quedé sin ingresos. Trabajar unos  meses, otros meses en el paro y así, pero pagando el alquiler, comiendo, el agua, la luz… Sin trabajo fijo es muy difícil todo. Hace falta dinero para vivir. Cuando ya no puedo pagar el alquiler tengo que ir a los Servicios Sociales y acabo en Casa Caridad. Agoto la estancia allí, bastante recuperado físicamente y de alimentación y me derivan a Hosoju Ciudad de la Esperanza. En Casa Caridad conozco a Carlos, voluntario también de Cáritas, al que considero, junto con su mujer, mi única familia. A través de ellos consigo un trabajo para cuidar a unas personas mayores. Vivo con ellos y tengo un pequeño sueldo. Mientras voy buscando un trabajo mejor, con nómina. No lo consigo y cuando fallece el señor, a los dos años, salgo de la casa, encuentro trabajos esporádicos y me voy comiendo el dinero que había ahorrado. Los Servicios Sociales me derivan de nuevo a Aldaya, a Hosoju, y me ayudan a solicitar la Renta Valenciana de Inserción. De esto hace más de un año y todavía no me ha llegado. Carlos me ayuda a encontrar un piso muy barato de alquiler en Catarroja y me dice que vaya a Cáritas. Allí les cuento mi situación y les digo que la renta la sigo esperando. Y encima el coronavirus. Todos estos meses estoy viviendo de la ayuda de Cáritas: alimentos, ropa y una parte del alquiler. El piso lo comparto con otra persona y así solo pago la mitad. Isabel, la directora, me apoya mucho.

¿Qué es lo que más miedo te da de esta enfermedad?

Si yo ya tenía problemas antes de esta situación, aunque estuviera buscando trabajo, ahora estoy a cero. Podía haber conseguido algo en Novaterra, aunque también tengo experiencia en hostelería, cuidando ancianos… En este momento es el nerviosismo, la intranquilidad porque lo voy a tener mucho más difícil. Se lo pido al Señor todos los días y siento que Él me dice ya veremos, ya veremos. Pensar en las familias que se están quedando sin trabajo, las que no saben si van a volver… esta ayuda social que yo solicité, que tantas personas tendrán que solicitar… y si llegan.

¿Tú crees que todo esto volverá a la normalidad que hemos conocido antes?

No. La normalidad de antes no va a volver. Será una normalidad reformada. Esto es que el Señor nos ha dado una bofetada de humildad porque la sociedad se estaba yendo a pique… cada uno con su móvil, que no mira ni lo que tiene delante… El individualismo: yo tengo trabajo, yo tengo mi coche, mi cervecita en el bar… y paso de todo lo demás. Que no me falte de nada y que no me toquen a los míos… muy juntos pero muy solos. Y por otro lado está la gente como la de Cáritas, por todo el mundo, que ayuda a gente desconocida, que hace que dos personas como tú y yo que no nos conocemos de nada, hablemos, que yo te cuente mis problemas, que llore y que tú me escuches. No echo de menos el dinero, echo de menos a mi familia y poder valerme por mí mismo. Tengo cuarenta y ocho años, soy fuerte y no decaigo pero me pregunto si será verdad que no lo voy a conseguir.

No decaerás, ¿verdad?

Tengo la cabeza muy bien amueblada y busco mis expectativas. Pregunto a la gente del pueblo si conocen a alguna persona mayor a la que cuidar pero, de momento, con esto del virus, no sale nada. Sí que me buscan para hacer alguna limpieza, que son parches, y me da para comprar algo de comida o coger el autobús para ir al cementerio, pero ahora ni eso. No sé cómo voy a seguir… Sé que está Cáritas, que son las manos del Señor y las usa así. Yo le digo a Isabel que si necesita dos manos para lo que sea, aquí están. Usadlas como necesitéis.                         

Las manos del Señor están ahí, detrás de todo, tomando la forma de voluntarias de Cáritas para que personas como Alberto no decaigan y acaben encontrando un lugar en la sociedad.