Economía solidaria11/10/2019

Amelia

Publicamos el texto que ha obtenido el 2º premio en el 2º concurso de relatos "El trabajo decente no es un cuento"

Estoy descansando. Descansando de todo. Lo necesitaba. En una cama que cuando empiece un nuevo mes no podré pagar y a oscuras, con el sol apenas filtrándose por una rendija de la persiana.

Las pastillas hacen que me sienta en paz y sin miedo.

Pasan tantas cosas por mi cabeza, tan lejanas algunas y tan dolorosas todas.

Cuarenta y tres años, una bolsa preparada con lo poco que poseo y preguntándome por aquellos sueños en los que creíamos cuando llegamos a España.
Me costó poco encontrar trabajo. La ilusión de mi vida era hacer preciosos cortes de pelo y peinados magistrales. Con los papeles en regla conseguí mi primer empleo en una cadena de peluquerías. Las condiciones no eran buenas, pero pensaba que ya demostraría yo lo bien que podía hacerlo y las cosas mejorarían.

Yo confiaba en el trabajo “como persona”, sin métodos agresivos, con buena relación entre los compañeros, pero la competitividad entre nosotros era hasta desleal. Yo quería hacerlo bien y eso no gustaba. Era trabajar en plan fábrica china. Teníamos que llegar a objetivos y cobrábamos el sueldo base que está en el convenio, el convenio del comercio que es el peor de todos aunque el comercio dé tantos puestos de trabajo, más comisiones en negro.

Variopinta era la gente que trabajábamos allí, de muchos países, de muchas culturas pero todos con la misma necesidad de ganarnos la vida. Al poco tiempo de entrar yo, despidieron a la mitad de los compañeros y los que quedamos teníamos que sacar la misma faena, de la forma que fuera. Después me tocó a mí. Cuarenta y un años y al paro. 

A empezar otra vez.

El traspaso de una pequeña peluquería, con condiciones de pago muy buenas, me animó a pensar que podría hacerlo y me llenó de ganas de intentarlo.

Como persona, hecha polvo. Dos abortos y un marido cada vez más cruel. Cuando llegamos, buscaba trabajo en la obra pero pronto se cansó. Su vida transcurría entre el sofá y el bar. Yo estaba atrapada por la falta de dinero para empezar una nueva vida y por la soledad que sentía.

La pequeña peluquería podía ser mi tabla de salvación. Me atreví a ir a hablar con la propietaria, le dije que no me conocía de nada pero que yo le prometía que aquello saldría adelante, que yo era buena persona y muy trabajadora, que se me daba muy bien el oficio y que le pagaría todo pero que, ¡por favor, por favor!, me aplazara más los pagos.

La mujer me miraba muy fijamente sin decir nada, solo me escuchaba, y cuando yo acabé de hablar, tras un silencio prolongado, me aceptó.

Tuve una mala idea, maldita la hora, y la puse en práctica. Parte de lo que cobraba en efectivo lo haría en “negro”. La peluquería había que sacarla a flote, trabajar muy bien para conseguir nuevos cliente. Me quise quedar con la ayudanta que ya estaba allí un tiempo y eso era un sueldo. Yo me decía que sería hasta que me regularizara un poco.

Pasaron los meses y yo podía cumplir con mis pagos. Me esmeraba, ponía todo mi empeño y las clientas estaban contentas, no perdí a ninguna y de vez en cuando venía una nueva que se quedaba.

Mi matrimonio ya no existía. Cada vez me exigía más dinero hasta que por primera vez me pegó. Fui a la policía e inicié el proceso de separación. Me amenazó y cumplió su palabra en forma de inspección de Hacienda que inició un procedimiento con resultado de multa mas el pago de las cantidades que estimaron que había defraudado.

Eché el cierre sin poder pagar a nadie y aquí estoy, con la paz de las pastillas, la bolsa preparada a los pies de la cama y una deuda con Hacienda que no podré pagar en la vida y que me impedirá encontrar un trabajo decente.

Me daba pena la propietaria, que exclamaba ¡qué injusto, qué injusto! y decía que por una vez le dolía una inspección de Hacienda que ponía de manifiesto un fraude.

Hoy no, pero mañana iré a Cáritas. Sé que otras personas han encontrado allí el apoyo que necesitaban para salir adelante y el aliento de las buenas personas. Es lo único que me queda.

Mañana…