El cuento de los viernes23/04/2021

Campanas de gloria

En #ElCuentoDeLosViernes de esta semana, nos llega una historia de las que nos conmueven de la mano de Álvaro y Pablo.

Salió de la iglesia con el alma conmocionada, ligero como un pájaro en su mejor vuelo y agradecido a Dios por haberse fijado en él, por haberle llamado por su nombre.

¿Qué habrá tenido que ver Jorge Ribera con la alegría de Álvaro?

Álvaro conoció la Iglesia siendo aún niño y una larga etapa de rebeldía, de paso de la adolescencia a una juventud en la que buscó afirmar su personalidad, le condujeron por caminos de insatisfacción y fracasos.

Jorge era uno de los pocos amigos que le conocían desde la niñez. Le conocía bien y le dolía su lejanía del Señor. Álvaro era un joven bueno, alegre, con empuje, de esos que Dios necesita para que le ayuden a construir un mundo mejor y le animaba a volver a la Iglesia,  a retomar el contacto con el Señor.

— Álvaro, confiésate. Llevas muchos años sin hacerlo. ¡Ve, dile algo al Señor!

La insistencia de Jorge no era molesta, ni siquiera le enfadaba. Le emocionaba esa preocupación por su alma. Pero pasaban los días y Álvaro continuaba con su vida de siempre.

Jorge empeoraba de su leucemia. Fue un tiempo de hospital, de conformidad, de serenidad y de paz. Ni una queja, ni una sola duda, ni el más mínimo temor. La cercanía de Dios le ayudaba a afrontar la enfermedad como un puro trámite para encontrarse con Él.

Y ocurrió. Álvaro pasaba muchas veces por delante de esa parroquia, San Juan de la Ribera y siempre sentía la necesidad de entrar pero se alejaba olvidando el impulso. Ese día las puertas abiertas de la iglesia le invitaban a traspasar un umbral que le cambiaría la vida

Fue una llamada que no se quedó sin respuesta. Una llamada que le llevó ante el confesonario, a soltar todo lo que llevaba dentro después de tantos años sin confesarse, sin comulgar con la Iglesia y, sin embargo, sin que el Señor se hubiera olvidado de él.

Enseguida vinieron las catequesis del Camino Neocatecumenal y a caminar con su nueva comunidad.

A Jorge le contaba, apasionadamente, todo lo que iba haciendo, sus emociones, su compromiso, sus proyectos, su voluntariado… y Jorge cada vez más cercano a Dios hasta que Dios, dulcemente, le acogió entre sus brazos.

La tristeza no impedía que Álvaro sintiese un gran orgullo porque su amigo había sido un regalo para él y para otra mucha gente a la que había acercado a la Iglesia y una inmensa alegría por el extraordinario legado que les había dejado, manuscrito y con su inolvidable perfil impreso en el papel.

“¡Estad siempre alegres!… Nunca dejéis de tratar al Señor… ¡Nos vemos en el cielo!

Tan joven, había cumplido una gran misión y había sido un ejemplo de vida.

Y un recuerdo, muchas veces acariciado, lleno de emoción, cuando le decía: “Álvaro, ¡vamos a fortalecer la Iglesia!”.  

— ¡Lo vamos a hacer, Jorge! ¡Fortaleceremos la Iglesia! 

Álvaro se fue acercando cada vez más a la Iglesia, a alejarse del mundo donde había vivido, a entregarse al servicio de los personas más desfavorecidas de la sociedad, a aprender de solidaridad en Cáritas y a sentir que campanas de gloria resonaban en todo el cielo porque un muchacho, antes de abandonar este mundo, había conseguido ver a su amigo, un día perdido en un mundo vano,  inundado de fe y amor a Dios.