Cosa de Dios
El #CuentoDeLosViernes nos acerca hoy a un momento muy especial, que no puede ser sino "cosa de Dios"
Daniel está muy contento porque a su primo Jaime lo han llevado a pasar unos días al pueblo. Hace meses que no va porque la convalecencia de la operación y la quimioterapia le han dejado sin apenas fuerzas.
Daniel sabe que será la última vez que Jaime pase unos días con los amigos y la última que sentirá el olor de la tierra y de los árboles que tanto le gustan por la mañana temprano.
Los amigos han ido a verle cada tarde un rato y Jaime disfruta recordando con ellos los tiempos en que eran jóvenes, recordando a Tere, su mujer, que ya hace unos años que falleció, a José, a Juan y a Alfredo, fallecidos también. Ríen con las anécdotas de sus viajes y reuniones de entonces.
También Daniel ha aprovechado cada momento que ha podido de esos días para hacerle una visita e infundirle ánimo, para ponerle al día de lo que pasa por el pueblo, para charlar de coronavirus y política, de lo que sabe que le distraería un poco.
Es sábado y Daniel le dice a Dubiel, el cura, que en cuanto acabe la Misa, antes de llevar la comunión a los impedidos, irá a ver a su primo porque se va al día siguiente.
— Ah, pues te acompaño — le contesta Dubiel.
Dubiel no conoce a Jaime pero…
Los dos son bien recibidos en casa de Jaime.
Dubiel le tira de la lengua para que le cuente cosas de la vida del pueblo cuando él era pequeño, de cuando se fue a vivir a València, de Tere, a la que no conoció pero que le habían dicho que era voluntaria de Cáritas y muy guapa…
Se hace tarde y Daniel les dice que aún tiene que ir a dar la comunión.
— Oye Jaime, ¿quieres que te de la comunión? Mejor, te la puede dar Dubiel.
— Pero es que hace tiempo que no me he confesado — dice Jaime.
— Si quieres, te confieso ahora mismo. Yo no tengo prisa — invita Dubiel.
Daniel, sin esperar respuesta, sale de la habitación. Una mezcla de sentimientos le invade. La tristeza de saber que el final de Jaime está cerca, el alivio de ver lo sereno y comunicativo que está con las visitas pero, sobre todo, siente una inmensa alegría por el giro que ha tomado esta visita. Él ahora tampoco tiene prisa.
Sabe Daniel que los hijos de Jaime no hubieran pensado nunca en proponerle a su padre la visita del cura porque no son creyentes como sus padres y no piensan en eso.
— Qué casualidad! ¡Ocurrírseme decirle a Dubiel que iba a ver a mi primo! — se dice Daniel cuando deja solos a los dos hombres.
No puede reprimir la congoja que le rompe el pecho. Sale a la puerta de la calle para sentir el fresco del anochecer y llora como un niño hasta que oye la voz grave de Dubiel:
— Daniel, ya puedes pasar.
Son tres hombres envueltos en el mismo gesto, unidos por un sutil hilo entre la vida terrenal y la vida eterna, necesarios los tres en este momento único.
Jaime está de pie, apoyado en su bastón y le dice a su primo:
— Daniel, ¿me quieres dar tú la comunión?
Daniel y Dubiel caminan en silencio. Ya ha caído la noche y el silencio les acompaña, les arropa.
— Daniel, quiero decirte algo — dice Dubiel cogiéndole por el brazo — quiero que lo sepas.
La voz de Dubiel no es la suya de siempre. Es lenta y ronca.
— Cuando he acabado de confesarle, Jaime me ha dicho que ya no tenía miedo, que ahora podía marcharse.
Ni una palabra más. Los dos hombres siguen caminando y ahora es Daniel el que rodea con su brazo los hombros de Dubiel y le dice:
— Dubiel, esto ha sido cosa de Dios.