Fundaciones18/01/2023

De qué hablamos cuando hablamos de drogas

La historia de la humanidad se ha construido desde la narración, desde el cuento, con relatos contados en las hogueras.

La historia de la humanidad se ha construido desde la narración, desde el cuento, con relatos contados en las hogueras en torno a las que se agrupaba todo el clan. Esos relatos transmitían una forma de entender el mundo, definían quién era el grupo, qué era bueno y qué era malo, y cómo entender cada cosa.

En los relatos es tan importante lo que se cuenta como lo que no se cuenta, porque lo que no se cuenta está fuera de nuestra narración, y por lo tanto, no existe. Si llegamos a tenerlo delante, no encaja, nos sobra y lo negamos. De esta forma, construimos visiones parciales, tan sesgadas, que es difícil entender el todo y, mucho menos, tratar de decidir sobre el todo.

Por ello nos hemos de preguntar: ¿de qué hablamos cuando hablamos de adicciones?

Al campesino que cultiva hoja de coca y lleva siglos masticándola como parte de su cultura, lo miramos con recelo y con rechazo, mientras nos tomamos una copa de brandy, tras un café y apuramos un cigarrillo. Evidentemente, dependemos del relato con el que hemos crecido.

Otra ruptura del relato sucede con la figura de algunos narcotraficantes, tan poderosos como para retar y someter a algunos Gobiernos, controlan la ley, la justicia y asesinan a quienes les incomodan, pero cuentan con la admiración de la población, porque construyen campos de futbol y dan trabajo. Otra vez valoramos de acuerdo con el relato escuchado en la hoguera, en este caso, en la mesa, en la calle, en la cola del pan, en la tele.

En Europa no nos encontramos con la áspera realidad de que cultivar droga es la única opción que queda a las familias campesinas, por la rentabilidad de la planta y por la presión de los narcotraficantes, pero la coca, el cannabis o el opio no son tomates, ni patatas. No se pueden comer. La violencia que sufren estos campesinos es inimaginable, y también estamos hablando de drogas. Cuando los hombres desaparecen, son las mujeres las que asumen el pago de las deudas y, entonces, las formas de presión, de extorsión y de coacción se tornan todavía más crueles.

Reconocemos las adicciones como una enfermedad, pero las estigmatizamos, cargamos de prejuicios y de dificultades a quienes las sufren y se terminan desarrollando más acciones represivas y punitivas que preventivas y de rehabilitación, se termina hablando más de seguridad y de fronteras, que de Derechos Humanos. En esto coinciden casi todos los países del mundo, aunque con estrategias muy distintas.

Las adicciones terminan generando conflictos sociales y marginalidad, pero en parte son resultado de la narración desde las que vemos a cada una de esas realidades, legales e ilegales, propias o foráneas, de nuestros amigos o nuestros enemigos.

En Europa cultivamos las drogas que más personas matan en el mundo (tabaco y vegetales para producir bebidas alcohólicas), pero son legales, están protegidas y cuentan con subvenciones públicas. Sin embargo, estos productos sí que los incorporamos a la tradición cultural, su existencia no nos genera tensión. Otra vez la importancia del “relato”.

Las drogas que más matan en Occidente son legales, llamémoslas bebidas alcohólicas, tabaco, o algunos productos farmacéuticos.

Sus industrias son poderosas, algunas cotizan en bolsa y son lo suficientemente influyentes como para modificar legislaciones, para mantener su mercado y, a ser posible, incrementar sus beneficios. De esta forma, en España se posterga el acuerdo sobre el tabaco que debería de haberse aprobado en 2021, y se retrasan y critican las actuaciones para reducir el riesgo de ludopatía. En la Unión Europea se impide que se ponga un cartel en las bebidas alcohólicas informando de que su consumo favorece algunos cánceres. Decisiones apoyadas en la ciencia y que, sin embargo, solo ven dificultades y retrasos.

¿Es una cuestión de economía o de salud? La respuesta es que es una cuestión de economía, de la economía de los poderosos. Pero cuando esa economía es la de Afganistán, a través del comercio del opio, la opinión ya es distinta.

Ya dijo el asturiano Ramón de Campoamor, que todo era según «el color del cristal con que se mira». Afirmación tristemente real, que genera pobreza de visión e injusticia social.

Hace décadas se manejaba un principio bastante solidario y efectivo, “piensa global y actúa local”. Entre el pensamiento y la acción está la decisión y para que esta sea adecuada necesitamos información veraz y completa. Si queremos decidir bien hemos de buscar esa información, además de sensibilidad, empatía y otros valores. La información sobre la realidad de las adicciones es compleja, contaminada por interés actual y relatos antiguos, pero hay que desbrozar el camino para ver el suelo y tener opiniones cada vez más cercanas a la verdad.