El cuento de los viernes10/02/2023

El buen hombre

Esta semana, #ElCuentoDeLosViernes nos habla de eso, de un hombre bueno.

A nuestro protagonista, José, el sistema le ha llevado, a falta de unos años para su jubilación, a tener que sobrevivir con el subsidio de desempleo y a okupar una vivienda propiedad de un banco, con la luz enganchada y el agua milagrosamente fluyendo por los grifos.

Un barrio muy humilde, a las afueras de la ciudad, con pintadas en las paredes y las aceras muy descuidadas.

Los anteriores inquilinos, okupas como él, habían dejado la casa llena de trastos inservibles, desperdicios y suciedad.

José no solo pensaba en él cuando empezó a tirar cachivaches y a hacer la lista de lo que necesitaría para limpiar y adecentar lo que podría ser un hogar sin fecha de permanencia.

Miraba los juguetes del niño metidos en bolsas de basura, en el rincón que fue lo primero que limpió, y el tren, los cuentos y el balón le daban ánimos para seguir adelante. 

Lejía, detergente, estropajos, bayetas, escoba, mocho, cubo y pintura. Esta tarea le ocupaba buena parte del día.

Un mes después compró cubiertos, platos, vasos, una cazuela y una sartén. Ya los pudo colocar en el banco de la cocina. Dos somieres y dos colchones de segunda mano para el otro mes y al otro, compraría una mesa y cuatro sillas.

Mientras tanto, veía al niño en el parque y, como tenía previsto, compraba unas hamburguesas y unas botellas de agua para comer. Su madre le había prometido que cuando tuviera el piso acondicionado le permitiría que lo llevara allí. 

En Cáritas contaba todo lo que sentía y lo que estaba haciendo en el piso. Las voluntarias le propusieron que no se diera por vencido, que se apuntara a talleres prelaborales y, quizás, encontraría un trabajo que mejorara su situación.

José creyó que era una buena idea. Era una oportunidad y también tendría algunas horas ocupadas junto a otras personas que se encontraban en su mismas condiciones.

En Cáritas conoció a Guillermo que resultó ser su vecino. Un chico más joven que él que vivía de alquiler con su compañera y su hija, de apenas unos meses.

Guillermo era muy extrovertido y le hablaba de su anterior trabajo, de las gracietas de la niña, de lo buena cocinera que era su compañera. Le contaba la mala situación que estaban atravesando. Vivían de ayudas de los servicios sociales y de lo que les daba Cáritas.

A José le costaba más contar sus cosas pero hasta eso les convirtió en buenos amigos. Uno hablaba y otro escuchaba.

Un día que se encontraron en la calle, Guillermo le dijo si le podía dejar algo de dinero para comprar pañales.

José estrujó con la mano el único billete de diez euros que llevaba en el bolsillo. Era todo lo que le quedaba para llegar hasta la próxima paga.

— Solo puedo dejarte cinco euros. Vamos a un bar y que nos cambien el único billete que me queda. Te doy la mitad y ya me lo devolverás cuando puedas.

Las cuentas de José se retrasaron un poco porque no pensaba pedirle a Guillermo el dinero prestado. Con una niña tan pequeña, parte el alma no poder darle los cuidados que necesita.

Hacía ese día una buena mañana de sol y paseó durante un buen rato por el barrio. Nunca había pensado ni había visto a gente con tal pobreza. Los conoció en Cáritas y ahora se saludaba con ellos por la calle.

Se habían convertido en su gente, en sus iguales. Pero con una diferencia, y es que él había vivido muy bien hasta hacía unos meses. Sus nuevos vecinos no habrían conocido, quizás, una vida mejor y se le ocurrió que podría tener una forma de ayudarles promocionando los talleres de Cáritas y hasta, con el curriculum que él tenía, dar unas buenas clases de electricidad.      

Volvió a casa, miró el rincón de los juguetes y el banco de la cocina con platos y cubiertos. Por la tarde iría a hablar con las voluntarias de Cáritas y supo que una vida diferente pero útil había empezado para él.