Sensibilización e incidencia13/11/2020

El fracaso como humanidad

Este domingo celebramos la Jornada Mundial de los Pobres y nuestra colaboradora, Mª José Varea, reflexiona sobre la pobreza.

Tu pobreza es mi pobreza. Sí, mi pobreza y la de los que, como yo, viven situados en la comodidad de una vida más o menos apacible.

Tu pobreza es la mía porque pudiendo alzar la voz, ponerme de tu lado, tenderte las manos, me quedo en mi tranquilidad, entre mis cuatro paredes, seguras e ineficaces. 

No me conoces bien pero sabes lo dura que puedo ser. He pasado a tu lado ensimismada en mis problemas, pequeñeces la mayoría de las veces, de prisa y sin fijarme demasiado cuando estabas tumbada en el suelo rodeada de bolsas o sentada en un banco, perdida en un mundo que nunca será el tuyo o cuando estabas en la cola del paro sin esperanza de volver a encontrar un trabajo que te sacara de la cuneta.

Me molestaba que cogieras una patera para huir de la miseria y la muerte y que vinieras aquí a buscarte la vida. Te he culpado de venir abrazada a tu hijo arriesgándole a perecer en el océano.    

No he querido saber cómo vives cuando vienes de temporero a trabajar al campo ni me importa lo que muchas veces ocurre entre frutales si eres mujer, joven y guapa.

La verdad es que no paseo nunca por los barrios en los que vives en la ciudad. Son poco agradables. Ya te veo cuando vienes a trabajar a mi casa o te encuentro por mi zona. Suerte tienes de haber encontrado piso y compartirlo con otras personas o con otras familias.  

Y me producen terror los niños esos que están en centros de acogida porque dicen que son conflictivos y delincuentes.

Te puedo asegurar que la sanidad pública es para los de aquí no para que vengas tú a aprovecharte de un derecho nuestro.

Y por si no te ha quedado claro, te diré quién soy. Soy la Intolerancia, una parte de esa sociedad a la que le gusta llamarse primer mundo, cuna de la civilización y cosas así.

Y debería preguntarme, ¿qué mérito tengo yo para disfrutar de un bienestar que tú ni siquiera sabes que existe, de vivir en un mundo que no es objeto de guerras ni de expolio ni en el que me ha faltado el trabajo, un sueldo para vivir, un médico para atender a mi salud  y una casa para formar un hogar?

Mucho nos hemos cruzado en nuestros caminos paralelos y no he sido capaz de entender que  tú eres la víctima y yo la beneficiaria del capitalismo salvaje que ha puesto el dedo caprichosamente sobre tu cabeza y ha respetado la mía. 

Te he ignorado, despreciado y utilizado como mano de obra barata y resistente y ahora ha tenido que ser un insignificante virus, inteligente y mortal, el que me ha abierto los ojos.

¡Que somos iguales, que enfermamos igual, que morimos igual! ¿Y será que no solo somos iguales en eso?

¡Que yo quiero protegerme y proteger a los míos!

¡Ay de mí, pobre ingenua!

Es la ciencia, que a veces parece que tiene más predicamento que Dios, la que me está acusando de no haberte tratado como a una igual, de no haberte respetado como ser humano, como trabajadora, como habitante de una tierra que es de las dos. Es la ciencia la que me dice que si quiero cuidarme, vivir  y preparar un futuro para los míos, tengo que ayudarte a vivir, cuidar de ti y de los tuyos, ponerme de tu lado, proteger tus intereses, tu vida y tu tierra.

Y no me queda más remedio que atar cabos, que volver la mirada a quien hablando en nombre del evangelio, de Dios, nos invita insistentemente, con palabras de bálsamo, con argumentos irrebatibles, con cercanía y claridad, a defender los intereses de la tierra que nos debe dar cobijo a las dos y a los desheredados de las naciones, los descartados de la sociedad.

Quiero creer hoy que Dios siempre ha estado de tu lado, que es verdad que me ha puesto aquí para que con responsabilidad haga de este mundo un lugar en el que podamos vivir las dos con recursos bien administrados y con derechos justos para ambas porque habiendo en el mundo la abundancia que hay, que tú mueras de guerra, de hambre o de frío, mientras a mí me sobran medios, es el gran fracaso de la humanidad.