21/05/2025

Inundaciones en España: la dolorosa reconstrucción de las víctimas

Nota de Marie Bail - Fotografías de Gaël Kerbaol para Secours Catholique.

Seis meses después de las inundaciones del 29 de octubre que devastaron la costa de Valencia, España, matando a 228 personas, la población está luchando por reconstruirse tanto material como psicológicamente. Los equipos de Cáritas Valencia trabajan con más de 16 000 damnificados, proporcionándoles asistencia material, económica y emocional.

A Julián Navarro todavía le cuesta creerlo. El agricultor, afincado en La Torre de Utiel, a 85 kilómetros de Valencia, pasea por sus campos, todavía dañados por la violencia del agua meses después del devastador paso de la DANA (Depresión a Gran Altitud de Origen No Tropical), conocida como la «gota fría». En sus 12 hectáreas de terreno, dos parcelas de viñedos fueron destruidas por el desbordamiento del río Magro, habitualmente seco. Cristóbal, el párroco, lo acompaña para evaluar los daños sufridos por estas tierras famosas por su vino tinto. El agricultor muestra las viñas aún dobladas bajo el peso del barro y las ramas.  

Las parcelas de viña de Julián dañadas por la violencia de las lluvias.

 

El lodo depositado por el agua provocó la pudrición de las raíces y el suelo fértil fue removido, dejando las cepas expuestas. «Si paso con el tractor, corro el riesgo de dañar las viñas», explica Julián, que teme también que el terreno se hunda bajo su paso. Según él, es imposible estimar las pérdidas. «No tiene sentido repararlo, tengo que empezar desde cero y poner nuevas plantas», suspira. Los muros de piedra seca de 300 años de antigüedad se han derrumbado. El agricultor de sesenta años se pregunta qué inversiones realizar en el futuro. Él esperaba jubilarse dentro de dos años, mientras que su hija no quiere hacerse cargo de la granja, un legado familiar durante cuatro generaciones.  

«El cambio climático es una realidad»

El 29 de octubre de 2024, las lluvias comenzaron durante la noche. El río Magro se desbordó poco antes del mediodía. «Dos horas después era un caos, la calle se había convertido en un mar», explica Julián, que en ese momento se encontraba en su casa de Utiel. Refugiado en su terraza, fue rescatado por los bomberos justo antes de que un muro se derrumbara por la presión del agua. Todas las casas de una sola planta construidas en la década de 1960 están afectadas, aunque estén ubicadas en un barrio alejado del río. Los vecinos fueron rescatados en helicóptero, otros están atrapados en la planta baja. Julián, su esposa y su hija pasan una noche de ansiedad en un restaurante que se salvó de las inundaciones.  

Julián, un agricultor afectado por las inundaciones, se pregunta sobre el futuro de su granja.

 

Todo necesita ser rehecho, desde las tuberías hasta los cables eléctricos. Cinco meses después, las habitaciones huelen a pintura fresca, pero las paredes del garaje aún tienen las marcas del nivel del agua: 1,7 metros. Todos los muebles y herramientas de trabajo de Julián se ahogaron. «Todo estaba flotando en el agua y el barro», dijo Julián, que tenía asegurada su casa, lo que le permitió financiar parte de la obra. 

Además de la ayuda para la vivienda, Cáritas le concedió 4000 euros para comprar tijeras de podar eléctricas, una motosierra y otras herramientas esenciales para su negocio. Una ayuda que lo alivió y lo empujó a “seguir adelante”. Aunque se considera afortunado de estar vivo, Julián está devastado por el desastre. Su ciudad es irreconocible. «El instituto va a ser demolido, las aceras han sido arrancadas, todo tiene que ser reconstruido», explica. El miedo a nuevas inundaciones lo atormenta: «El cambio climático es real y volverá a ocurrir. Lo que no sabemos es cuándo».

«Como después de un bombardeo»

Más al sur, Chiva es uno de los epicentros del desastre. Situado a unos treinta kilómetros de Valencia, el pueblo está atravesado por el barranco del Poyo, también llamado rambla, un cauce natural de desagüe de las aguas de la sierra. Generalmente un fino hilo de agua que fluye a través de árboles y jardines. El 29 de octubre se convirtió en un torrente devastador que arrastró lodo, piedras, árboles y coches. En un solo día cayó el equivalente a un año de lluvia. Olas de tres metros arrancaron las fachadas de las casas. Calles enteras se derrumbaron. Hoy el barranco es una herida abierta en la ciudad, las casas permanecen destripadas.   

El trabajo parece que apenas ha comenzado. En el barrio de Bechinos, un laberinto de callejones y callejones sin salida construido por la población musulmana en el siglo XII, aún faltan muchas calles. Concepción Feijóo, de 67 años, vivía allí con su marido en la casa de su infancia. Al otro lado del barranco, señala lo que queda de ella. El agua dejó expuestas la planta baja y el primer piso. «Está todo en ruinas, como después de un bombardeo», dice Concepción.  

El día de la inundación, se refugió con su marido y su perro en casa de una vecina, alertada por el rumor de que el río empezaba a crecer en su lecho. Chiva está bajo el agua y a oscuras a las 18 horas. «No pude dormir esa noche». La pensionista solo tiene ropa y fotografías guardadas en el segundo piso, casi intacto. «El 31 de octubre me desalojaron de mi casa. A día de hoy, ya no me permiten entrar».  Su puerta estaba sellada. Desde entonces, esta mujer de sesenta años, su esposo y su perro viven en un apartamento que le prestó un amigo. Un alivio, aunque solo sueñe con volver a casa.  

Concepción no podía pagar el seguro de casa. Recibirá una ayuda estatal estimada en 40 000 euros, una aportación que considera insuficiente teniendo en cuenta los daños. Sin embargo, no solicitó ayuda financiera a Cáritas pero cuenta con el apoyo emocional del equipo Chiva. Arantxa y Luisa, trabajadoras sociales, la apoyaron con sus trámites administrativos. Para Concepción, la solidaridad popular primaba sobre la de los poderes públicos. «Recibí transferencias bancarias directamente en mi cuenta de personas que no conocía». Las víctimas están empezando a recibir la ayuda de 6000 euros del Gobierno regional, además de fondos del multimillonario español Amancio Ortega. Un total de 4,9 millones de euros de fondos privados solo para Chiva, distribuidos en función de los daños y con una escala financiera de hasta 10 000 euros por hogar.  

Una región en construcción

Las inundaciones afectaron a 75 municipios y a casi 1,8 millones de personas. De las 130 000 viviendas en las zonas inundadas, el Consorcio de Compensación de Seguros contabilizó 48 003 casas afectadas, cifra que sólo tiene en cuenta las viviendas aseguradas. Por su parte, Cáritas ofrece una ayuda de hasta 15 000 euros por hogar para obras de reforma. 

En los municipios denominados Horta Sud de Valencia estas ayudas a la vivienda son especialmente necesarias. Desde Chiva, la Rambla, unida por numerosos canales, continuó su violento curso. Su caudal era cuatro veces mayor que el del Ebro, el río más caudaloso de España. Sin embargo, una vez pasada la autovía, la Rambla se convierte en una simple cuneta. Las llanuras de inundación se han urbanizado y los barrancos no pueden soportar corrientes tan potentes.  

«La DANA no perdonó a nadie, pero los ancianos se vieron especialmente afectados»

Sonia Sevilla, de 27 años, es trabajadora social en Sedaví. Esta mañana visita a Angelines Sánchez. La pensionista recibió 10 000 euros de Cáritas para ayudar a reparar su casa, una gran residencia con paredes altas y revestidas de azulejos. El agua subió hasta 1,8 metros. «Por los enchufes eléctricos entraba barro y agua, ¡desde afuera pero también desde el suelo del patio!», recuerda Angelines. Ella escapó por el balcón del piso superior, tirada por sus dos hijos. En su habitación, el armario centenario se ha caído. La madera se ha hinchado y Angelines espera restaurarla porque el mueble es el único vestigio que queda de la familia de su esposo. «No pude salvar ninguna foto de mi marido; el papel de las fotos antiguas es muy frágil», explica Angelines con la voz quebrada por la emoción. Sonia lo abraza en la puerta: «La gente ha perdido la memoria, eso es lo peor».  

Ahora, algunas personas afectadas tienen cita en centros parroquiales donde reciben apoyo de trabajadoras sociales, como Sonia y Clara Campos, de 25 años. En el corazón del barrio obrero de La Torre, este último acogió a 500 personas en tres meses. «La DANA no ha perdonado a nadie, pero las personas mayores se han visto especialmente afectadas», recuerda Clara, quien destaca la pérdida de autonomía de las víctimas. «Al principio se dedicaban a retirar el barro, ahora esperan que empiece la obra, preocupados de no tener suficiente dinero», explica la joven.  

Superando el trauma, juntos

Por Arantxa Martí Zanón, trabajadora social de Cáritas Chiva  

Ahora que la emergencia ha pasado, hay una gran disparidad en las necesidades. Algunas familias han gastado todos sus ahorros para comprar una casa o realizar las reformas necesarias, mientras que otras aún no han regresado a casa. Las víctimas también necesitan hablar y ser escuchadas. Cada cita dura aproximadamente una hora y media. Creamos un espacio seguro en la parroquia para las víctimas con una merienda cada dos semanas. Compramos una cafetera y un sofá. Estos encuentros juntos son una manera de apoyarles psicológicamente.    

Al principio, todo el mundo se muestra reacio a hablar. Poco a poco la gente se relaja, se siente libre de expresarse y eventualmente saca todo lo tiene dentro. ¡Y hay tantas cosas! La gente está agotada físicamente, mentalmente y emocionalmente porque esto lleva sucediendo meses. Entre trámites, citas y expedientes a presentar a las administraciones. Están muy cansados. Así pues, la palabra de uno libera la palabra del otro. Se escuchan unos a otros y comparten sus experiencias. Se entienden porque han vivido cosas parecidas. Por eso pedí que nos enviaran psicólogos. Para las víctimas, por supuesto, pero también para nosotros, que cargamos mucho. Esta ayuda psicológica será aún más necesaria porque muchos aún no han caído: aún no han hablado de lo que les sucedió, tomará tiempo. Lo mismo ocurre con los niños y jóvenes que aún no se han dado cuenta de lo que les ha pasado, pero han vivido cosas terribles. Cada uno debe sacar lo que tiene en mente. Si no lo hacen, se expresará de una forma u otra y deberán evitarse futuras enfermedades, consecuencia de este trauma.  

En Paiporta, al sur de Valencia, los jardines de la Rambla del Poyo, también llamada barranco del Torrent, formaban un corredor verde, bordeado de palmeras y árboles frutales. Destruidos, dejan espacio para un gigantesco corredor de arena y barro. Las puertas de las casas están abiertas cuando no han sido demolidas por la inundación. En una gran nube de polvo, el ruido de excavadoras y martillos neumáticos ensordece la vida cotidiana de los habitantes de este pueblo fantasma.  

«¿Para qué salir? Muy pocos comercios y cafeterías han reabierto», subraya Amparo, de 59 años. Atrapada por la inundación junto a su hija y su marido, resultó herida en la mano con una barra de hierro. Pero son los recuerdos y los sonidos que se escuchan durante el diluvio los que son indelebles. «Oímos a gente gritando, pidiendo ayuda y de repente se hizo el silencio: se habían ahogado». Su madre, de 85 años, sobrevivió y ahora vive con ella. En la casa al borde del barranco aún no se han vaciado todas las alcantarillas. «No abro los grifos porque sale el barro», explica. Ante la magnitud de la obra en esta casa de 200 años de antigüedad, madre e hija tienen lágrimas en los ojos.  

Además de la ayuda para la vivienda, Cáritas ofrece asistencia para la movilidad. Alrededor de 140 000 vehículos fueron arrastrados por las mareas de escombros y lodo. Los cementerios de automóviles se alinean a lo largo de las carreteras mientras más coches siguen siendo retirados de los estacionamientos. Valeria Peraza y su esposo Pedro perdieron el vehículo que compartían para ir al trabajo. Gracias a Cáritas, encontraron un coche de segunda mano, donado por un concesionario privado.  

 
 
 
 
AUDIO: Valeria, residente en Algemesí
«Ya no podíamos llegar a fin de mes»

«Mi marido acababa de llegar a casa, el agua le llegaba a las rodillas. Tuvo tiempo de recuperar los papeles del coche. Enseguida le llegó a la cadera y tuvo que agarrarse a una valla publicitaria, cruzar la calle y volver a casa. La planta baja y el sótano estaban inundados y nuestro coche estaba bajo el agua.   

Con la pérdida del coche, mi marido casi pierde el trabajo porque tenía que ir en tren a La Pobla Llarga. Son tres paradas y luego diez minutos caminando. Estaba limitado por los horarios de los trenes y a menudo llegaba a las 6:40 cuando debía salir a las 6:00. Como resultado, se metió en problemas por ello. Lo mismo si estaba en el turno de noche: tenía que salir antes para coger el último tren a las 22:45. O llegaba tarde o salía temprano. ¡Esta situación estaba poniendo una gran presión sobre nuestras finanzas! Además, su jefe no entendía que no tenía otra opción. Perdí mi trabajo por esto. Estaba en paro. Durante unas semanas, fue muy frustrante. Conseguí otro trabajo en el polígono industrial de Algemesí, pero aún tenía que caminar 50 minutos para llegar.

Hoy me siento muy agradecida por la ayuda que me brinda Cáritas, ya sea económica o alimentaria, porque llegó un momento en que ya no podíamos llegar a fin de mes».  

 

Rabia

Han aparecido muchas pintadas en las paredes. «Solo el pueblo salva al pueblo», se puede leer en valenciano. Un homenaje a los cientos de voluntarios que acudieron a ayudar a las víctimas. Otros piden, en términos duros, la dimisión del presidente de la Generalidad Valenciana, Carlos Mazón, considerado como unos de los principales responsables del número de muertos por las inundaciones. La agencia meteorológica española emitió la alerta roja a las 7 de la mañana del 29 de octubre.  

«Si llueve en Chiva a mediodía, el agua llegará inevitablemente a nuestra casa», dice Teresa Lluch, al borde del barranco de Catarroja. Sin embargo, la Generalitat no envió la alerta hasta las 20.11 horas. «El agua ya estaba al cuello desde las 6 de la tarde, tuvieron tiempo de avisarnos», se enfurece Teresa. Al dolor se sumó la ira. «La gente está enojada con los políticos, con los responsables del mantenimiento de los barrancos y con otros que se sienten culpables por construir cerca de los arroyos», dice Sonia de Cáritas. La investigación judicial en curso ha revelado que la mayoría de los fallecidos antes del mensaje de alerta, pertenecían a los municipios de Horta Sud.  

Esta indignación se siente en el municipio de Algemesí, en gran parte zona inundable. Este territorio de arrozales, campos de cítricos y caquis está atravesado por el río Magro. Procedente de Utiel que desemboca en el río Júcar.  

 
 
 
 
AUDIO: Rafael, policía retirado
«No teníamos dinero para empezar la obra» 

«Al día siguiente, cuando bajamos [su apartamento de la planta baja se inundó], había 20 cm de barro y el agua había desaparecido. Antes, aquí había suelo de madera. Todo flotaba. Al caminar, salía barro por debajo. Teníamos unos 1,18 metros de agua. Entraba agua por nuestra puerta porque la del edificio había cedido por la presión. No se pudo salvar nada. Ahora la cocina es idéntica a la que teníamos. Solo voy a cambiar el suelo y poner baldosas de cerámica. ¡Nunca más parqué! Hoy, una de nuestras hijas nos aloja, pero me cuesta subir las escaleras más de una vez al día. Estamos esperando a que los pintores terminen su trabajo, luego lo limpiaremos de nuevo. No teníamos dinero para empezar la obra. Pedimos ayuda y, gracias a 6000 euros de la Generalitat y 15 000 euros de Cáritas, pudimos llamar a un albañil. ¡No van a trabajar sin cobrar! Luego vinieron los peritos del seguro y el consorcio me indemnizó sólo por la mitad de mis bienes».

 

La construcción de viviendas en Algemesí y en el barrio del Raval, cerca del río, plantea interrogantes. Pero es sobre todo el abandono de los poderes públicos lo que enfurece a los habitantes de este barrio, uno de los más pobres de España. «No vinieron ni los bomberos ni los militares», se queja Emilia Zaba frente a su casa. Vive con su marido, su hija Noelia y su nieto. Colgados de una escalera, pasaron una noche entera en dos metros de agua fangosa. En los días siguientes solo llegaron voluntarios para llevar agua, ropa y comida.  

«Mis ahorros para la jubilación se destinarán a renovaciones»

Luego el costo de la vida aumentó: desde los colchones hasta los alquileres, los precios se duplicaron. Los más vulnerables no pueden permitirse el lujo de comprarlo todo de nuevo. Cáritas le entregó a Emilia tres colchones nuevos, una nevera y una secadora. Una solidaridad que la conmueve. Ella sigue muy afectada psicológicamente: «Cuando llueve tengo miedo, he perdido lo poco que tenía». Este desastre se suma a una gran fragilidad económica y a unos ingresos bajos. «Me rechazaron los préstamos bancarios», añade Emilia.   

Afuera, en la puerta de al lado, Mari Carmen Domínguez Río, de 67 años, teje una manta morada y calienta su espalda bajo el sol. Ella y su marido se quedan con su hijo, pero ella va todos los días a su casa para comprobar el progreso de la obra. «Mis ahorros para la jubilación se destinarán a renovaciones». Mari Carmen vuelve a despertarse por la noche sobresaltada. «Ya viví una inundación cuando era más joven pero no sé si algún día me recuperaré de esta última», llora.  

Ante la magnitud de los daños, Cáritas ha liberado un presupuesto total de 33 millones de euros en tres años dedicados a todas las acciones implementadas en favor de las víctimas. Muchos temen un nuevo episodio de la gota fría ya que desde noviembre se han ido activando varias alertas naranjas.  

 

Autora: MARIE BAIL CARADOT
para Secours catholique

 Acceso a artículo original: Inondations en Espagne: la douloureuse reconstruction des sinistrés