Análisis y reflexión28/03/2024

Jueves Santo: la fidelidad de Amor

Como cada año, Mª José Varea nos acompaña en este Triduo Pascual con su mirada sobre lo que aconteció en aquellos días.

Jesús ha llegado pronto a la casa donde va a cenar con sus discípulos, sus doce amigos. Le hacen pasar a la estancia donde ya todo está preparado. Se pasea mirando la mesa con atención, el mantel blanco, el pan y el vino. El silencio se rompe con los rumores de la calle y Él, con los ojos entornados y una leve sonrisa en los labios, repasa mentalmente los últimos acontecimientos de su vida. Andrés, Simón, Santiago, Juan…  y  Judas, el más digno de lástima de todos ellos, tan inseguro, tan confundido y tan necesario para que se cumpla el plan del Padre. Todos dejaron sus vidas de trabajo y familia y respondieron sí a su invitación. Le han acompañado cada vez más confiados en sus palabras y más admirados por lo que le veían hacer con los pobres, los enfermos, los lisiados o con los muertos. Han sido tres años duros, de cansancios, de incomprensiones, y no le han dejado solo en ninguna circunstancia.

En ningún momento, ni el recelo ni la desconfianza de otros, ni la postura del Sanedrín les hizo dudar.

Dudaban, sí, antes de conocerle. De muchas cosas. ¿Por qué Dios permitía que a los pobres les trataran con tanto desprecio? ¿Por qué los leprosos tenían que dejar sus casas, su gente y alejarse del pueblo sin que nadie les cuidara? ¿Y los huérfanos? ¿A qué estaban condenados?

Pedro y Andrés le conocieron cuando preparaban sus redes de pesca.

—¿Venís conmigo?, —les preguntó Él—.

Y aquella extraña mirada les dijo, sin necesidad de mediar más palabras, que Él sería su camino nuevo. 

Siguieron todos los demás con el mismo afán de empaparse de Él, de ser su apoyo para lo que Dios dispusiera.

Y el pobre Judas. Inteligente, práctico e incrédulo, resentido. Y tenía que seguirle.

Van entrando todos, saludándole con un beso, palmeándose la espalda entre ellos, con buen humor y palabras animadas. Judas también se acerca a Él. La mirada huidiza no quiere cruzarse con la de Jesús. Le besa y se sienta a la mesa. Jesús le ha sonreído y le ha apoyado la mano en su hombro.

Ya están todos a la mesa. Hoy Jesús dejará en sus manos la obra que el Padre le ha encomendado.

Palabras, gestos, oración y traición que ninguno de ellos espera ni olvidará.

Ellos albergarán alguna debilidad humana por lo inesperado de los acontecimientos que van a suceder. El sueño y el miedo sobre todo, les hará flaquear y poner en entredicho su fidelidad. Solo momentáneamente. Todos, menos uno, el más desgraciado de todos, para el que el futuro acaba en esta noche santa, serán investidos  del legado de Jesús. Su Cuerpo y su Sangre, en sus manos. El Amor en sus corazones. Su Palabra en sus palabras, en sus convicciones. En su fidelidad.