Agentes de Cáritas09/01/2023

Julio Ciges, sacerdote, In Memoriam

Dios se ha llevado con Él a uno de sus pesos pesados en la tierra.

Julio Ciges ha fallecido hace tan solo unas semanas. Una muestra de su valía intelectual como sacerdote y como persona, compadecido y dedicado a las periferias de la sociedad valenciana, han sido los funerales que recibió en su parroquia durante cerca de treinta años, María Inmaculada de Vera en la Malvarrosa y en la de su pueblo natal Anna, abarrotadas de gente que le admiraba y le quería. Compañeros de seminario y de ministerio quisieron estar a su lado en su última despedida. Los medios de comunicación se han hecho eco de su carisma, postura y recorrido en la Iglesia. Pero su gente fue la del barrio, la que le conocía en la cercanía, en la confianza y en el desahogo de muchas situaciones difíciles mediante una Cáritas muy activa en su labor de acogida y promoción de las personas.

Julio, nos cuenta quien le conocía bien, inculcaba siempre que todos los cristianos y cristianas somos pueblo de Dios, que debemos estar integrados en la sociedad para que nuestra forma de vivir, de actuar, sea nuestro testimonio. Allá donde iba, él se integraba en el barrio, en las asociaciones de vecinos, siempre al lado de los más desfavorecidos, de los trabajadores y trabajadoras en situación de mayor precariedad.

Julio hizo mucho por las personas que hace años se refugiaban bajo los puentes del río Turia en la zona de Campanar.

Otra característica importante de Julio Ciges era su trabajo por la difusión de la cultura valenciana. Siendo natural de una zona castellanohablante, una vez al mes oficiaba la Eucaristía en valenciano y, cada domingo, una de las lecturas de la misa también se leía en valenciano.

Esa humanidad desprendida se conjugaba con una fe inquebrantable, con el amor a Dios y a la Iglesia, manifestado en la celebración de la Eucaristía, su valor más sagrado, donde no dejaba indiferente a quien le escuchaba. Su carisma, su sencillez de párroco atraía a la población.

Una grave enfermedad no le impidió en los últimos años estar cerca de los suyos y al mismo tiempo escribir sus últimas reflexiones sobre la Iglesia en la que él creía. 

Desde hace seis meses celebraba la Eucaristía en silla de ruedas y ni en los últimos días quiso renunciar a la Consagración, teniendo que ser ayudado a levantar las manos que alzaban el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En esas condiciones celebró la Eucaristía el día de la Inmaculada, con una parroquia que embebía sus palabras y sus gestos y ocho días después, el 16 de diciembre, fallecía.