Agentes de Cáritas04/07/2025

La riada del voluntariado

¿Es posible que una tragedia como la ocurrida en Valencia pueda servir para algo bueno?, es la pregunta a la que el autor intenta responderse.

¿Es posible que una tragedia como la ocurrida en Valencia pueda servir para algo bueno? ¿Para sacar lo mejor de las personas? ¿Para sacar lo mejor de mí? ¿Para sacar mi parte, más generosa, solidaria, compasiva, fraterna, comunitaria…?

Pues esa ha sido precisamente mi experiencia personal y, creo, la de muchas personas voluntarias, que han ayudado con su esfuerzo a paliar los efectos de estas inundaciones en Valencia.

El sentimiento paradójico que tenía lo resume muy bien un voluntario que estaba limpiando en uno de los pueblos afectados y le pregunta un periodista, ¿cómo te sientes? Y, él dijo de manera espontánea: “Dolido e impactado por la tragedia que ven mis ojos, pero contento y agradecido de poder ayudar».

He creído necesario poner en palabras lo que ocurrió dentro de mí esos días. Este texto es un homenaje a todas las personas que, de una forma u otra, participaron en esta riada de voluntariado y solidaridad. Un homenaje a esa pasarela que ayudó a unir dos mundos distintos, dos realidades que se hicieron una.

Ahí va mi testimonio:

El día que empezó todo

Tres días después de la Dana (el primer día festivo desde la tragedia) ocurrió algo muy impactante y emocionante: el viernes 1 de noviembre, , miles, cientos de miles de voluntarios y voluntarias (en su mayoría jóvenes) salieron del barrio de San Marcelino hacia la zona afectada con palas, cepillos, escobas, cubos… y unas ganas brutales de ayudar.

Recuerdo la foto que le hice a la pasarela que cruzaba el cauce del río a las 9:00 h de la mañana… La pasarela estaba llena de gente caminando para limpiar. Ahí empezó la riada del voluntariado, de solidaridad.

Tuve una sensación indescriptible de alegría, unidad, fraternidad, comunidad, esperanza…

Miles, millones de personas voluntarias cruzaron durante las siguientes semanas por esta pasarela que separa Valencia de la catástrofe, de la zona de guerra. Tanto fue así que el Ayuntamiento, a petición popular, ha decidido llamarla La PASARELA DE LA SOLIDARIDAD… (yo diría también de la ESPERANZA y de la UNIDAD).

Nadie los animó a hacerlo, al contrario, desde las autoridades decían que no fueran personas voluntarias… y gracias a Dios, no les hicieron caso y se dejaron guiar por su corazón, por su empatía hacia los necesitados y se pusieron manos a la obra, mejor dicho, manos a la pala y a la escoba para ayudar a todos los pueblos afectados.

Doy gracias a mi mujer que me animó a ir ese día. Yo no estaba dándome cuenta de lo que había ocurrido, metido en mi vida y mis problemas. Gracias, Laura, por sacarme de mi zona cómoda.

Fui un día y ya no pude dejar de ir. Había visto tanta necesidad de ayuda, tanto por hacer y limpiar que ya solo pensaba en cuándo podía regresar.

Una experiencia de unidad

Al llegar a estos pueblos el paisaje era dantesco, la sensación era que había ocurrido una guerra. Miles de coches destrozados, barro y agua en las calles, casas y locales, destrucción como nunca antes habían visto nuestros ojos. Ni que decir tiene que no tiene nada que ver, verlo en una pantalla de televisión a verlo en vivo y directo.

Nunca olvidaré lo que ocurría cuando quitábamos el agua y barro de las calles, casas y locales. Fue, yo diría, una experiencia religiosa, o, mejor dicho, una experiencia espiritual de unidad y amor

Todos los voluntarios y voluntarias en silencio, atención plena a lo que hacíamos, trabajando en equipo, hablando lo mínimo e indispensable, llenando cubos, sacando agua y barro… palada tras palada … hombres, mujeres, de aquí, de allí, de otros países, de diferentes religiones y etnias, de izquierda, de derechas, de arriba, de abajo…

… sin juicios, sin luchas, sin distracciones, sin móvil… Solo trabajando juntos y juntas por un bien común. Aunque esa casa, ese local, esa calle que limpiábamos no conocíamos… limpiábamos con alegría y fuerza como si fuera nuestro hogar.

En resumen, experimenté, experimentamos la UNIDAD que somos más allá de las diferencias, más allá de la apariencia de un yo separado de los demás y del mundo. Experimenté algo indescriptible.

Agradecimiento y Esperanza

La experiencia de unidad no acabó en la ayuda. Se selló con el agradecimiento y la esperanza que los vecinos y las vecinas de los pueblos afectados mostraron al voluntariado y a todas las personas que ayudaron de alguna manera (económica, moral, en especie…).

Todos y todas en general, pero, sobre todo, las personas de los pueblos afectados, experimentaron la fragilidad humana, la vulnerabilidad, la necesidad que tenemos unas personas de otras. En esos días la autosuficiencia, el individualismo, la independencia se esfumaron, y apareció con fuerza una comunidad que se necesita, se cuida, se protege.

Los gestos y las pancartas que aparecían en los balcones, en la pasarela, en cualquier sitio, fue una muestra de agradecimiento sentido por la ayuda recibida.

GRACIAS POR VENIR

GRACIAS POR DARNOS ESPERANZA

GRACIAS VOLUNTARI@S

Sí, yo también sentí esperanza en la humanidad.

Como dijo un joven voluntario al terminar su jornada de limpieza: «Había perdido la esperanza en las personas, en la sociedad y ahora vuelvo a tener esperanza, a confiar en el ser humano… Me he dado cuenta de que no estamos tan podridos como pensaba. Hay esperanza, hay amor… en nuestros corazones».

El siglo de la comunidad, del apoyo mutuo…del amor

Y no solo dieron esperanza las personas voluntarias que se desplazaron físicamente allí.

Toda Valencia, España y el extranjero se volcó en esa ayuda desinteresada con historias super bonitas de solidaridad y generosidad, que espero que algún día se testimonien en documentales.

¿Por qué no? En un mundo infectado de historias y noticias negativas es más urgente que nunca decir al mundo entero que incluso dentro de una catástrofe hay vida, hay luminosidad, hay amor, hay solidaridad, hay esperanza. Ojalá se hagan proyectos y actividades que den valor a la solidaridad que hubo en esos meses y así grabar en nuestro corazón que, en medio de la catástrofe, hubo cientos, miles de gestos y actos que merecen ser recordados.

Podríamos decir que el siglo XX fue el siglo del individualismo… Ojalá el siglo XXI sea el siglo de la comunidad, del apoyo mutuo, de la fraternidad entre las personas. Y este suceso ha demostrado al mundo entero, por lo menos a mí, que es posible.

Reflexión final

Ahora, la pregunta clave es cómo podemos seguir creciendo en solidaridad, en comunidad, con acciones voluntarias sin que se produzcan catástrofes tan impactantes y cercanas como esta.

¿Cómo podemos caminar hacia una sociedad consciente y transformadora en la que el voluntariado, la ayuda mutua, la empatía y la solidaridad, sean algo habitual y normal en la vida cotidiana de cada uno de sus ciudadanos?

¿Cómo podemos recordar que el valor de la solidaridad y de la compasión a las personas que sufren son valores centrales en el ser humano? ¿Cómo podemos sanar nuestros corazones heridos, nuestras mentes condicionadas para que el bienestar personal, comunitario y global sean nuestra prioridad?

Yo no sé lo que harán los demás ni me tiene que importar tanto, lo que verdaderamente me tiene que importar es lo que voy a hacer yo. Hacerme responsable de mi parte, como dijo, Gandhi…

Lo que haga es insignificante, pero es muy importante que lo haga

Seguiré caminando en el servicio a los demás, con la certeza de que hacer el bien es a lo que estoy llamado… y trabajaré para que esa llamada sea más fuerte que el miedo y la negatividad.

Quizá un primer paso para construir ese siglo de la comunidad, del amor, sería cuestionarnos si nuestra visión de la realidad, nuestra manera de pensar y de ver el mundo no está equivocada…

¿Y si estoy equivocado?, ¿y si he estado equivocado toda mi vida?

¿Y si algunas de las ideas y valores culturales que he aceptado en mi vida no me sirven, al contrario, me perjudican y me separan de mí y de los demás?

Sería una buena pregunta para empezar…

Quizás una de nuestras primeras visiones, miradas de la realidad que deberíamos cuestionarnos es si realmente estamos tan separados de los otros como creemos, si realmente somos tan independientes y autosuficientes como creemos, si realmente queremos seguir siendo tan individualistas.

La Dana ha demostrado que otro humano es posible, más consciente de sus vulnerabilidades, más dependiente de los demás, más unidos unos con otros. También ha demostrado que todos formamos parte de la misma familia humana y que respetarnos, ayudarnos y amarnos es, en definitiva, a lo que hemos venido a este mundo.

Ojalá este sea el comienzo de una nueva etapa de la evolución humana en la que, por fin, los valores humanos ocupen su lugar en nuestros corazones y todo el fango que nos separa, todo el fango que nos impide la mirada y nos esclaviza, sea limpiado.