Los Derechos Humanos no deberían ser cuestión de suerte
Cada 10 de diciembre volvemos a mirar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aquel compromiso colectivo que sigue recordándonos que la dignidad no es un ideal abstracto.
Cada 10 de diciembre volvemos a mirar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aquel compromiso colectivo que adoptó el mundo en 1948 y que sigue recordándonos que la dignidad no es un ideal abstracto, sino un derecho concreto.
En nuestra labor diaria sabemos que las vulneraciones de derechos no ocurren lejos, ni solo en grandes titulares: ocurren aquí, en nuestras calles, barrios y parroquias. Las vemos en los rostros de quienes llegan agotados, atrapados en la precariedad laboral; en las familias que no pueden sostener un alquiler abusivo; en las mujeres que han sobrevivido a la trata; en quienes migran buscando una vida mejor y chocan con muros administrativos; en la infancia que crece marcada por la desigualdad.
Desde Cáritas Valencia tenemos el compromiso de caminar hacia un proceso transformador: mirar la realidad sin acostumbrarnos a ella. Sensibilizar, generar conciencia y acompañar en la detección de vulneraciones de derechos que, a veces, se vuelven invisibles por su cotidianidad. Y lo hacemos con una convicción: las parroquias, las comunidades y las personas voluntarias son un pilar imprescindible.
En este camino, un hito importante fue la creación, en 2017, de la Comisión Diocesana de Derechos Humanos. Nació con una intuición clara: que la defensa de los derechos debía atravesar toda la acción de Cáritas, no como un añadido, sino como una mirada que lo ilumina todo. Desde entonces, la Comisión se reúne periódicamente para identificar situaciones donde los derechos se ven comprometidos, compartir lo que cada área detecta en su día a día —empleo, migraciones, sinhogarismo, trata, infancia— y buscar juntas cómo canalizar esas vulneraciones. A veces es sensibilización, a veces diálogo con las Administraciones, a veces comunicación pública o incidencia política. Siempre, un compromiso común: que ninguna vulneración quede sin ser señalada.
Porque sabemos que esas heridas no son accidentales: nacen de un modelo social y económico que ensancha desigualdades y deja fuera del sistema a demasiadas personas. Por eso, además de acompañar y sensibilizar, buscamos abrir espacios de reflexión sobre qué sociedad estamos construyendo, a quién deja atrás y qué cambios estructurales son necesarios para garantizar vidas dignas.
Este día no es solo un recordatorio de lo que falta, sino una invitación. A tejer comunidad, a renovar el compromiso, a construir un “nosotros” más inclusivo, a creer que nuestra voz —en las parroquias, en nuestro trabajo, en el camino de la incidencia política o en los pequeños gestos— pueden mover la brújula. Porque los Derechos Humanos no avanzan solo con grandes declaraciones, sino con personas comprometidas que actúan, sostienen y transforman.
Hoy, 10 de diciembre, celebramos que cada vida importa. Y renovamos la certeza que guía nuestro trabajo: defender los derechos humanos es defendernos a todas. Porque, como recordamos también en esta Navidad, tener una vida digna no debería ser cuestión de suerte.



