Movilidad humana forzosa16/05/2025

Nuestra misión es sembrar, no cosechar

A propósito de la visita de un antiguo residente en el Hogar Mare de Déu, nuestro compañero Saúl reflexiona sobre el sentido de su trabajo.

El Hogar Mare de Deu dels Desemparats i dels Innocents es un centro de acogida, por el que ya han pasado más de cien niños y niñas en los más de cinco años que lleva abierto. Niños y niñas a los que se les ha acompañado, cuidado, guiado y educado en el amor, para que pudieran completar con éxito su etapa de transición a la vida adulta. Hemos recibido la visita de Harshdeep Sing un joven que vivió una etapa significativa de su vida a nuestro lado y con quien hemos tenido el placer de conversar acerca de su vida actual y de lo que significó para él el paso por nuestro centro.

¿A qué te dedicas y dónde vives?

Estoy viviendo en Catalunya y trabajando en una empresa de carne. Trabajo conduciendo carretillas para transportar los pedidos y los alimentos, y otras veces en el ordenador, utilizando Excel. Cuando desempeño esta tarea, me encargo de organizar todos los pedidos de la empresa.

¿Y cómo ha sido tu trayectoria desde que sales del centro hasta ahora?

Cuando salí del centro llamé a mi amigo y me fui un poco más lejos de Barcelona, a Girona. Vivo ahí ahora, exactamente en un pueblo que se llama Olot. Le dije a mi amigo que necesitaba un trabajo, porque en aquel entonces yo no tenía trabajo, después de cumplir los dieciocho. Entonces, mis amigos dejaron mi currículo en varias agencias de ETT. Por la mañana les dejé mi currículo y ellos me llamaron por la tarde para decirme que ya me habían encontrado trabajo. Al día siguiente, empecé a trabajar y hasta ahora.

¿Qué tal esta tu familia y como es tu relación con ellos en esta nueva etapa de tu vida?
He vuelto a India dos veces ya, desde que salí del centro. Mi familia está bien y mi padre y mi madre están muy agradecidos con Cáritas y os mandan saludos, ya que saben que me ayudasteis mucho, antes de cumplir los dieciocho, cuando no tenía nada. Admiran mucho la labor que hacéis, al ayudar a tantos chicos y chicas como yo, en aquel entonces.

 

Harshdeep Sing.

Al finalizar la breve entrevista, me da un fuerte abrazo y me pide que le dé recuerdos a los compañeros del equipo educativo que no están presentes y verbaliza que volverá otro día para poder ver a más gente. Me dice que el centro será siempre muy importante para él ya que lo siente como un hogar y que supuso un antes y un después en dicha etapa de su vida y que, aunque aún le falta mucho por aprender y mucho camino que recorrer, nos agradece nuevamente el trayecto del camino que hemos recorrido a su lado.

Esto es un breve resumen de la historia de Harsdeep Sing, que un fin de semana de Fallas y en su tiempo de descanso, decide visitarnos para darnos una alegría y regalarnos unas palabras. Pero por suerte para nosotros, esto no es un caso aislado. Son muchos los niños y niñas que deciden honrarnos con su presencia, después de haber pasado por nuestro centro, bien sea con una visita  más esporádica debido a que cada uno tiene sus vidas y sus circunstancias, o en las fechas señaladas como el final del Ramadán o en la fiesta del Cordero, fechas especiales para todos ellos, en las que deciden desplazarse desde los distintos destinos en los que viven para poder reunirse y compartir esos momentos y experiencias con nosotros, como lo haría cualquier otro miembro de una familia convencional.

Como profesional de la Educación Social es todo un orgullo para mí poder relatar esta experiencia, pero sobre todo un aprendizaje, ya que nuestro trabajo, por desgracia, muchas veces no es de los que nos ofrece una recompensa inmediata. Seguramente muchos otros profesionales de la Educación se habrán preguntado: ¿Realmente esto que hago sirve para algo? ¿Será esta mi verdadera vocación? ¿Tendrá mi figura y persona un impacto significativo en la vida de estas personas? Preguntas que muchas veces quedan sin respuesta; preguntas que, aunque terceros puedan responderlas para tratar de consolarnos y brindarnos parte de esa fortaleza que necesitamos en momentos de vulnerabilidad, son preguntas que solo nosotros podemos enfrentar, formando parte de ese saco roto al que van destinadas, acompañadas de muchas de nuestras acciones que también generan en nosotros dudas e inseguridades.

Pero es aquí donde la famosa frase: «Nuestra misión es sembrar no cosechar» cobra sentido, si bien no es del todo cierto. Sería más acertado decir que nuestra cosecha es una cosecha tardía pero mucho más gratificante. Es cuando, con el paso del tiempo y de los años, volvemos a cruzarnos con esas personitas que en su día acompañamos y las vemos convertidas en personas adultas, funcionales y con una identidad propia, donde vemos reflejados los valores y enseñanzas que en su día tratamos de inculcarles de la mejor forma posible. En mi humilde opinión creo que es ahí, donde nuestro trabajo, la figura del educador social y todas esas preguntas sin respuesta que nos asedian en nuestros días grises se justifican, todo encaja, se ordena y armoniza. Es ahí, en ese intercambio de experiencias, donde realmente me siento realizado tanto profesionalmente, como en calidad de ser humano.