Análisis y reflexión18/11/2019

Porque no para siempre será olvidado el necesitado, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente

Las palabras del papa en la III Jornada Mundial de los Pobres son de una tremenda dureza, de la misma manera que es de una tremenda evidencia la realidad que expone.

Este 17 de noviembre el papa Francisco se vale del Salmo 9 del Antiguo Testamento para poner de manifiesto que la denuncia de aquellos tiempos sobre el sufrimiento de los pobres y la arrogancia de quienes los oprimen es de tremenda actualidad, como si la historia y la experiencia de las generaciones no nos hubieran enseñado nada.

Pasan los siglos, dice Francisco, pero la condición de ricos y pobres se mantiene inalterada. La crisis económica no ha impedido a muchos grupos de personas un enriquecimiento que con frecuencia aparece aun más anómalo si vemos en las calles de nuestras ciudades el gran número de personas que carecen de lo necesario y que en ocasiones son maltratados y explotados.

Familias que se ven obligadas a abandonar su tierra para buscar formas de subsistencia en otros lugares; huérfanos que han perdido a sus padres o que han sido separados violentamente de ellos; jóvenes en busca de una realización profesional a los que se les impide el acceso al trabajo a causa de políticas económicas miopes; víctimas de tantas formas de violencia; migrantes a quienes se les niega la solidaridad y la igualdad.

Afirma el papa que no existe ningún sentimiento de culpa por parte de aquellas personas cómplices en este escándalo. Considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza.
«Se pueden alzar muchos muros, bloquear las puertas de entrada con la ilusión de sentirse seguros con las propias riquezas en detrimento de los que se queden afuera».
Como escribió Primo Mazzolari: «El pobre es una protesta continua contra nuestras injusticias; el pobre es un polvorín. Si le das fuego, el mundo estallará». Jesús no tuvo miedo de identificarse con cada uno de ellos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Huir de esta identificación equivale a falsificar el Evangelio y atenuar la revelación.

¿Cómo no destacar que las bienaventuranzas se abren con esta expresión: «Bienaventurados los pobres» (Lc 6,20). El sentido de este anuncio paradójico es que el Reino de Dios pertenece precisamente a los pobres, porque están en condiciones de recibirlo. Jesús nos ha confiado su discipulado la tarea de llevarlo adelante, asumiendo la responsabilidad de dar esperanza a los y las empobrecidas.

«La opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (EG 195) es una opción prioritaria que los discípulos de Cristo están llamados a realizar para no traicionar la credibilidad de la Iglesia y dar esperanza efectiva a tantas personas indefensas» (III Jornada Mundial de los Pobres, 7). 
No es fácil ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero. Es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios».