¿Qué hacer con las pantallas en casa?
Las pantallas y sus aplicaciones, nos ofrecen un sinfín de herramientas y rápida conexión a información y personas, pero también conllevan una serie de riesgos.
Las pantallas y sus aplicaciones, nos ofrecen un sinfín de herramientas y rápida conexión a información y personas, pero también conllevan una serie de riesgos, desde el acoso, la suplantación, pasando por el deterioro de la autoestima y sin olvidar los problemas de sueño, el fracaso escolar, la obesidad, o lo que la ciencia ya ha clasificado como adicciones, como a los videojuegos o la ludopatía.
Estos riesgos son especialmente preocupantes entre los usuarios más jóvenes puesto que su capacidad de discernir y tomar decisiones con criterio y responsabilidad, es menor.
La legislación va avanzando hacia la protección de los menores de edad. Y también se incrementa la prevención, tanto generalista como en las escuelas. Pero todo esto no sirve de mucho si el primer espacio educativo, la familia, no cuenta con las habilidades ni desarrolla las acciones adecuadas. Lo que se vive en casa es lo más normalizado, lo más aceptado y su huella en el carácter y capacidades de los menores es inmenso.
No se puede elaborar un manual adecuado para todas las familias, porque cada familia es única. Pero sí que podemos referirnos a unas pautas, que, personalizadas y adaptadas, pueden ser útiles en la mayoría de los hogares. La primera es que educar es una forma de convivir, de estar, de entender la familia y la relación, no es algo aislado, estamos educando siempre, porque educamos ante todo con el ejemplo, por lo que el silencio educativo, la ausencia de mensaje, no existe.
El primer paso es analizar nuestra relación con las pantallas, ¿son un instrumento que usamos cuando necesitamos, o son ellas las que nos tienen instrumentalizados a nosotros? Y tras una revisión honesta y profunda, obrar en consecuencia. No podemos dar lo que no tenemos.
El segundo paso, es dar ejemplo.
Escucharnos, mirarnos a las caras, priorizar a quienes están presentes, en lugar de a las pantallas. No podemos pedir lo que no damos. Si la dinámica familiar incluye compartir espacios y actividades, el hueco para las pantallas siempre será menor. Para ello tenemos infinidad de recursos, juegos, salidas a la naturaleza o culturales, las responsabilidades de casa, el deporte.
El tercer paso es la formación, antes de que una pantalla llegue a las manos de un menor de edad hay que ayudarle a tener un nivel de responsabilidad adecuado, de autocontrol y disciplina, de manejar aceptablemente la frustración, tener capacidad de usar el tiempo libre y de disfrutar de él. Las pantallas han de entrar en su vida como una herramienta, no como una equivocada solución a carencias.
Hay que poner unas normas claras, normas que debemos de respetar todas las personas de la casa, salvo justificadas excepciones.
Una norma evidente, es que no debe de haber pantallas en las habitaciones, en ninguna habitación. Deterioran la calidad y cantidad del sueño, lo que repercute en todas las actividades diurnas.
No hay que olvidar que las pantallas no son niñeras ni saben educar, acompañemos a los menores, ayudémosles a descubrir lo que es adecuado y lo que no, a que incrementen su espíritu crítico.
No deleguemos la vida afectiva, la educación sexual, la gestión económica, ni ninguna otra área, a las pantallas. Pueden ayudar, pero no deben sustituirnos. Esto es muy importante frente a la cantidad de mensajes inadecuados que pueden recibir, sobre todo, en las redes sociales.
Los contenidos, programas y juegos han de ser adecuados a su edad y a la actividad educativa de la familia. Los llamados controles parentales están para esto, pero no son suficientes, de ahí la importancia de estar presentes, de acompañar y enseñar a usar la tecnología. Hay que priorizar el uso creativo, no el pasivo, que es de consumo.
Es adecuado cederles nuestros dispositivos antiguos en lugar de regalarles aparatos nuevos, así le restamos importancia al tener y al aparentar.
Es necesario plantear tiempos de uso de las pantallas, tanto para fomentar la socialización presencial, como por salud mental y física. Teniendo en cuenta los diferentes usos que podemos hacer de una pantalla, educativo, social, lúdico, etc.. y establecer espacios y momentos libres de pantallas, como los tiempos de comida, en la habitación y también otros.
Es muy adecuado realizar ayunos de pantallas. Tiempos en los que no se van a usar y que pueden servir para que toda la familia haga cosas juntos, dándose de la oportunidad de descubrir actividades y experiencias gratificantes. Sin olvidarnos de cuidar la salud física, dejar descansar la vista, descansando de las pantallas y sin darse “atracones” con las mismas.
Como dice el filósofo Carlos Javier González: «no se trata de detestar la tecnología, sino de impedir que el instrumento nos instrumentalice», se trata de evitar el daño.