El cuento de los viernes07/05/2021

Soledad

#ElCuentoDeLosViernes de hoy nos trae soledad y esperanza casi a partes iguales.

Antes de atreverme a entrar, paseé por la acera de enfrente una y otra vez. Miraba con disimulo aunque, claro, sabía que nadie se fijaba en mí.

Si no había tenido nunca suerte, ¿por qué ahora iba a ser diferente?

No sé cómo he llegado a esto.

No soy una persona solitaria y estoy solo. Me ha gustado siempre la vida en familia y no tengo una.

La gente cuando trabaja hace amistades y quedan y hacen planes para después del trabajo. Yo no.

Una vez me enamoré bastante de una chica, una compañera de la oficina y no me atreví nunca a decirle nada. Se fue con otro y fue feliz. Yo no.

Cuando dejé el trabajo por la enfermedad empecé a ir al bar. Cada día, por la mañana, me siento en una mesa y no dejo de mirar que frente a mí hay una sola taza, un solo plato y tres sillas vacías. De todas las demás mesas me llega el murmullo de las conversaciones y las risas. Un día y otro, y otro…

Los bancos de la avenida con corrillos de personas mayores me dan envidia porque no soy capaz de acercarme y entablar conversación.

Oigo una charla en la frutería que atrae mi atención:

— No te lo pienses. Ve y verás qué bien te tratan. Te ayudarán como a mí. En todo, de verdad.

— ¿Y dónde dices que está?  

Estuve atento a todo lo que se decían porque había algo en el tono de voz de la chica que hablaba de Cáritas que me hizo pensar que a lo mejor también podrían ayudarme a mí a romper la soledad en la que vivo.

Pero, ¿qué les iba a decir? ¿Que soy un hombre soltero, de sesenta años, pensionista, involuntariamente solitario?

Se reirán de mí.

Le di vueltas y vueltas. Por alguna razón  algo me empujaba a ir y eran las palabras de aquella chica, «qué bien te tratan, qué bien te tratan…» A mí nadie me trata mal, es que nadie me trata.

Y me atreví a entrar.

— Buenas tardes, quería informarme de si ustedes me pueden ayudar.

Me hablaron de la Acogida y me dieron turno para la semana siguiente.

Les diría que mi pensión no me llegaba para vivir. Inflaría los gastos. No sé.

Ese día me recibió una voluntaria con una sonrisa amable. Me preguntó cómo estaba y qué me ocurría, qué necesitaba. Lo que más me gustó es que no tenía prisa. Quise hablarle de mi enfermedad, de los medicamentos que tomo, de lo justo que voy con el dinero, que no me llegaba para comer y ella me estuvo explicando qué era Cáritas y la vida de la parroquia.

Volví. Volví porque quería de alguna manera que me ayudaran, quería formar parte de algo bueno y podía estar allí mi sitio, pero volví, sobre todo, porque vi a la gente que allí esperaba, los que salían, los que entraban. Los miraba asombrado, con curiosidad y veía mucha necesidad. Me llamaba la atención el trajín alegre de las voluntarias que les atendían. Quería estar sentado un rato entre esas personas porque a su lado me daba cuenta de lo equivocado que había estado esperando siempre que los demás se acercaran a mí.      

La voluntaria se había dado cuenta enseguida de que le había mentido en mis dificultades económicas pero no dijo nada. Charlamos un rato, me dio ánimo y me dijo que podía volver cuando quisiera, que las puertas de Cáritas siempre las encontraría abiertas.

Ahora me estoy atreviendo a salir de mí mismo. Me cuesta pero me esfuerzo porque tengo un alto objetivo y aún me queda tiempo. Voy a prepararme para ser yo parte de la ayuda para esas personas con las que me encontré cuando buscaba que fueran los demás quienes se acercaran, quienes se abrieran a mí.