El cuento de los viernes20/01/2023

Una gata de familia

#ElCuentoDeLosViernes de esta semana nos ayuda a regresar a la Navidad, esos días en los que, casi todo, puede pasar.

Es lo que quería ser la gata. Una más de la familia. Solo eso.

La habían llevado, con otros compañeros que deambulaban por las calles, a una colonia en el Hogar Mare de Dèu dels Desemparats i dels Innocents de Torrent. El Ayuntamiento había acordado con los responsables del centro que serían los chicos y chicas acogidos en él quienes se ocuparan de de su higiene, salud, alimentación y, también, de darles afecto.    

Afecto, sí. Los chavales pasaban buenos ratos con ellos. Jugando y observando su comportamiento. Les habían acondicionado un amplio espacio en el extenso jardín que rodeaba el edificio del Hogar y esta ocupación les hacía mucho bien.

Y más bien les hacía a los gatos y gatas que, unos porque les habían abandonado sus dueños y otros porque ya nacieron en la calle, habían encontrado un lugar donde se les quería, donde se sentían en casa.      

La gata había sufrido lo suyo en su corta vida. Recordaba mucho cuando, casi de recién nacida, la llevaron con un lazo rojo al cuello a una bonita casa como regalo de Reyes al hijo más pequeño de la familia. Se divertían mucho juntos y hasta dormía a los pies de la cama del niño.

No entendió por qué, si eran felices, un día la llevaron al campo y la dejaron allí abandonada.

¡Qué dolor! ¡Qué añoranza! 

Y tener que rebuscar comida entre la basura, un cobijo que le protegiera de la lluvia, espabilar para que otros no le quitaran de un zarpazo lo poco que encontraba…

Hasta que entró en el Hogar con el resto de gatos y gatas. Debían ser unos diez. No estaba segura porque todavía no había aprendido a contar bien.

Todos se encontraban a gusto y dormitaban tranquilos buena parte del día.

Pero la gata pensaba. Miraba el edificio de amplios ventanales y a los chicos y chicas que entraban y salían como cuando estaba en casa de su niño. Le gustaría  ser parte de esa familia, saber qué hacían dentro, cómo vivían. Quería aprender lo que ellos aprendieran y acurrucarse a su lado cuando descansaran.

Un día se decidió y entró por una ventana abierta. Pasillo arriba, pasillo abajo, encontró una puerta abierta y, dentro, a los jóvenes que escuchaban las explicaciones de una chica mayor que después supo que la llamaban educadora. Se sentó a prestar atención hasta que Lidia la vio, la cogió con cariño y la llevó de vuelta a su casita.

Aquello le había gustado mucho y volvió a entrar todos los días. Aprendía mucho en aquella sala, iba a la cocina, al comedor… pero siempre aparecía Lidia y tenía que volver afuera.

Aquel día sintió que era especial. Cerca de la entrada, en el pasillo, vio una mesa alargada, cubierta con un mantel azul y encima algo que parecía un pueblo. Gente pequeñita, ovejas, una casa vieja, un bebé y una estrella encima de la casa.

— ¡Pero si es un belén! —se dijo—.

Había oído cómo el educador lo contaba a los chicos y chicas. Recuerda que dijo que el bebé era Hijo de Dios y que también eran sus padres José y María; que unos hombres y mujeres muy pobres les llevaban algo de ropa de abrigo y de comida porque esa familia también era muy pobre pero que hasta habían ido a adorarle unos Reyes muy importantes venidos de muy lejos.

La gata se sintió muy afortunada de haber encontrado el belén y quiso mirar de cerca al bebé. De un salto subió a la mesa y lo miró a sus anchas.

— ¡Si está desnudo! ¡Ay, pobre!

Y se acurrucó a su lado para darle calor. Hasta que llegó Lidia, claro.

— Hala, hala, nos vamos de aquí.

Lidia volvió a llevarse a la gata. La riñó un poco porque, le dijo, había hecho un desastre.

Esa tarde, la gata recordó que la gente le llevaba al Niño lo mejor que tenía y los regalos que le ofrecieron los Reyes eran muy valiosos.

— ¿Qué podía llevarle ella que le gustara mucho a ese pequeñín tan importante?  

También había aprendido que el bebé, cuando se hizo mayor, hacía milagros, que curaba enfermos, por ejemplo.

— ¿O podría pedirle que, aunque ahora fuera tan pequeño, hiciera un milagro?

A la mañana siguiente, cuando Lidia entró al Hogar, encontró a los pies del belén una paloma muerta y a la gata a su lado.

No sabremos nunca si la gata quiso ofrecer al Recién Nacido lo que para ella era un manjar o pretendió que, con un milagro, le devolviera la vida a tan preciada ave.

Era Navidad y, a los pies del Niño Jesús, yacía un símbolo, herido, de belleza y paz, mensajero de amor y purificación, que había sido depositado por una criatura de Dios acogida en un Hogar que también es un símbolo del Amor y la Caricia de Dios.