Una nueva casa para Ventura
En los primeros días tras la DANA, un miembro más se instaló en la residencia San Antonio de Benagéber.
Ventura añora su gran casa en Massanassa. Casa de labradores, silenciosa y llena de recuerdos. Casa de pueblo, de puertas abiertas, en la que la soledad no entra nunca.
Le han llevado a la residencia de San Antonio de Benagéber de la Fundación del mismo nombre, porque esa casa, que forma parte de él mismo, quedó anegada por el agua aquella noche del 29 de octubre pasado.
Ventura es mayor, delicado de salud y tuvo la suerte de que cuando Loli, su cuidadora, ya le había preparado la cena y se disponía a marcharse, la paró el estruendo y la estampida del agua.
Hoy han venido a verle a la residencia su hermano Juan de Dios, que también ha sufrido los efectos de la Dana en su hogar de Catarroja y Loli, la cuidadora, que igualmente ha perdido su casa.
Es Loli la que relata que tuvieron el tiempo justo para subir a lo que antes fue un granero.
Y Juan de Dios apunta que si no llega a estar Loli con su hermano, no lo cuenta. «Yo estaba sacando agua de mi planta baja y llamé a Ventura para ver como estaba. Me dijo que el agua ya llegaba a un metro. Que había subido las escaleras a gatas y con la ayuda de Loli, había podido desconectar el diferencial de la luz y coger unas mantas».
Sigue Ventura contando: «Pasamos la noche en unos sillones viejos. A oscuras. Mirando continuamente por el balcón. Loli estaba muy asustada. Yo le decía que se tranquilizara, que allí estábamos seguros, pero es que en media hora el agua llevaba una fuerza tremenda, reventando puertas y todo lo que encontraba a su paso».
Juan de Dios recuerda la riada del 57, que ellos vivieron, pero, asegura, esta ha sido mucho peor.
Loli vive dos calles más allá de la de Ventura. Llamó a su hija, que también vive en la misma calle y salió corriendo a ayudar a su abuela que vive con Loli. La pudo subir al altillo de la vivienda antes de que el agua destrozara la puerta y entrara como un ciclón. Y así salvaron la vida.
Ventura ya se ve al día siguiente, bien de mañana. Con una cuerda, la vecina les pudo subir agua y algo de alimentos. Así, mientras no pudieran bajar. Sin agua para asearse, sin cambiarse de ropa y haciendo sus necesidades en una jarra.
La hija de Loli consiguió acercarse a la casa porque no tenían cobertura con el móvil. Preguntó a gritos y una vecina le respondió: “¡están bé, están bé!”.
Cuando ya quitaron algo el barro, que tenía 40 centímetros dentro de casa, Loli iba al Ayuntamiento a por comida. Descalza primero, porque las zapatillas se le habían quedado clavadas en el fango. Recordaron que arriba, en un rincón, había botas y así pudo calzarse.
Loli tenía que hacer largas colas y sabía que Ventura estaría muy nervioso esperándola. No lo dejó solo ni un momento. Así estuvieron casi una semana hasta que lo trajeron a la residencia.
Loli llora al recordar que fue a hablar con la doctora. Le dijo que a su casa no se lo podía llevar y de continuar en la de él, si se constipaba, se pondría «mes malet». Con todo lo que había allí, enseguida vino la trabajadora social y lo arregló para traerlo aquí.
La casa de Loli también ha quedado destrozada. Todo perdido. Ella, su marido, su madre y dos sobrinos que viven con ellos se han tenido que mudar con su hija, en una vivienda de cuarenta metros cuadrados, hasta que les lleguen las ayudas para reparar la suya.
Los tres saben que hay gente que va a padecer mucho.
Para Ventura ha sido un cambio muy grande. En su casa era independiente, muy bien servido por Loli, caminaban todos los días y ¡hasta se pelean algunas veces! Lo que es un hogar. Él no está acostumbrado a vivir con tanta gente, a tener horarios, a esta comida… “¡Y agradecido!”, afirma rotundo.
Loli y Juan de Dios exclaman al unísono que están arreglando la casa. Hay un albañil y un electricista que van todos los días. Esperan que cuando la vea el arquitecto municipal no encuentre dañados los cimientos y así Ventura pueda volver a casa.
Los tres cuentan, impresionados, cómo cientos de voluntarios, todos muy jóvenes, acudieron desde el primer día a quitar barro, a sacar muebles, a limpiar. Sin descanso. Y venidos de todas partes.
Siguen con su recuerdo, con su charla amable, pese a toda su pérdida, pero con la esperanza de que, poco a poco, irán recuperando algo de la vida que tenían antes.