Análisis y reflexión29/03/2024

Viernes Santo: la fidelidad de la compasión

Con la mujer, hoy vemos, en el rostro de Jesús, todas las pobrezas del mundo, las que Él defendió y para las que pidió Amor y Justicia.

La mujer, incrédula, mira todo lo que ocurre esta mañana de viernes. Ve al Maestro ensangrentado, con la túnica rota y sucia de tierra y sangre. Carga con una inmensa cruz, un madero pesado, negruzco, que, a duras penas puede arrastrar monte arriba.

La gente se agolpa para verle pasar. Impasible. Son pocas las miradas apenadas que le siguen. La mayoría ha querido que soltaran a Barrabás, según la tradición de la Pascua. Un delincuente chulo y provocativo que gozaba de la admiración de buena parte del pueblo.

La mujer había oído muchas veces hablar a Jesús. Siempre que se enteraba de que estaba cerca lo dejaba todo y corría a su encuentro. Le daba tanta paz, tanta esperanza escucharle en un mundo cruel y amedrentado.

Bienaventurados, decía, los pobres de espíritu, quienes quieren la justicia, los misericordiosos… Los que tenían que esconderse de casi todo. Y hablaba mucho de ayudar a los demás, a los empobrecidos, a quienes sufren, a quienes nadie quiere.

Gracias a Él empezó a ver a Dios de otra manera. Si Él era bueno, justo y misericordioso y era Hijo de Dios, el Padre era igual.

Ella siempre escuchaba entre el gentío pero una vez quiso acercarse, rozarle la sandalia. No sabía muy bien por qué pero sentía la necesidad de ser un poco parte de Él.

Este día de viernes, las mujeres dicen que a Jesús lo han condenado y lo van a crucificar como a un criminal.

Ella, con la ropa que lleva, se echa el velo por la cabeza y sale a la calle. Se va acercando al pretorio que es donde cree que está Jesús.

A Él ya lo han sacado de allí. Sin apenas poder tenerse en pie. Cargando el peso de la culpa de otros.

La mujer va andando siguiendo sus pasos. A codazos no permite que le separen mucho de El. La indignación y la compasión invaden todas las fibras de su ser. Le va a acompañar, no le dejará solo en tan terrible trance. Ve a otras mujeres, igual de doloridas que ella que sostienen a su Madre, rota de dolor. Se acerca a ellas y con ellas camina sin dejar de mirarle. Cada vez más sudor y más sangre le nublan la visión. Ella ya no puede más, con rabia se quita el velo de la cabeza y empujando a los soldados, se planta delante de Él y con toda la delicadeza que puede le enjuaga el rostro. La mujer busca su mirada pidiéndole inmenso perdón.

Un soldado la agarra del brazo y con brutalidad la aleja del Hombre.

Las otras mujeres la sujetan para que no caiga, agradecidas y empiezan a caminar de nuevo. Ella, con el velo apretujado entre sus manos no quiere devolverlo a la cabeza y hace un gesto para doblarlo con cuidado. Una de las mujeres la va a ayudar y al extenderlo, ¡oh, asombro!, ven el rostro impreso de Él y en él, todas las pobrezas del mundo, las que Él defendió, para las que pidió Amor y Justicia: las guerras, la infancia desprotegida, las personas tratadas, la indigencia, la migración forzosa…