Análisis y reflexión18/04/2025

Viernes Santo: La Muerte

¿Qué desazón provoca Jesús en los poderosos para buscarle una muerte como al peor de los criminales?

Juan no sigue a la muchedumbre que se agolpa al paso de Jesús. No es capaz de acompañarle, de oír su respiración agitada, sus gemidos y, sin embargo, quiere estar con Él. Hasta el final.

Se aparta del gentío. Busca otra parte, por detrás, para subir al monte. El esfuerzo de agarrarse a los matorrales, el cuidado de no rodar por la pendiente le calman algo el ánimo. No mira hacia arriba, solo la tierra pedregosa acapara su atención. Es lo que quiere ahora. Sin sendero que guíe sus pasos, sube, sin querer subir.

Los pensamientos martillean su cerebro. No hay argumento que justifique el ensañamiento brutal con un Hombre bueno repleto de amor a cada ser humano necesitado, que ha tocado a las puertas del dolor, de la injusticia, de la discriminación, ofreciendo consuelo y esperanza.

¿Eso era inaceptable? ¿Delito?

¿Qué miedo le tenían, que desazón provocaba en los poderosos para buscarle una muerte como al peor de los criminales?

A punto de llegar a la cima, Juan ve la silueta de la madre, con dos mujeres más, acurrucada al pie del tosco madero, recogiendo en su rostro, en su regazo cada gota de sangre que escurre de las heridas del Hijo crucificado.

Juan se arrima a la madre y cae a su lado. Inclina la cabeza en su pecho y cierra los ojos. Sabe que debería consolarla y es él quien busca en ella el alivio a su pena.

La madre, que comprende, le rodea con el brazo y se entrelazan los dos pesares.

Oyen la voz de Jesús, ahogada ya de muerte, que perdona, que pide algo de agua para calmar su agonía, que se encomienda al Padre y

— ¡Madre, madre! Ahí tienes a tu hijo.

— Muchacho, ahí tienes a tu madre.

Jesús no quiere dejar huérfano a Juan y le pone bajo el amor y el cuidado de su propia madre.

Sintió Juan que todo se oscurecía a su alrededor y que bajo su cuerpo temblaba la tierra. Supo entonces que todo había acabado y se abraza aun más fuerte a la madre.