Análisis y reflexión02/04/2021

Viernes santo

Hoy es Viernes Santo. De la mano de Mª José Varea, nos adentramos, como cada año, en los días fundantes de nuestra fe.

¡No, no! No quiero que resuene en mis oídos el vocerío de la gente agolpada a tu paso. Esos rostros desencajados, vacíos los ojos de toda expresión humana. La burla, la curiosidad y los gritos sin sentido ante un espectáculo de ignominia.

Muchos, son los mismos que hace unos días te aclamaban con palmas y ramos de olivo. Son quienes recibieron y olvidaron, los que son arrastrados por las masas.

Quienes se compadecen, quienes sufren con inmenso dolor la injusticia están anonadados, la mirada perdida entre tus pasos vacilantes.

Ya ha acabado todo. El gentío abandona lentamente el Gólgota y el silencio envuelve el extraño atardecer.

No me atrevo a acercarme a ti. No quiero invadir la intimidad del dolor extremo. Tu Madre, arropada por las otras dos mujeres y por Juan, se abraza a tus pies ensangrentados. Un quejido intermitente rompe el extraño silencio del extraño atardecer.  

Acurrucada en la distancia, en la misma tierra que acoge la Cruz de Dios, tierra empapada de tu Sangre derramada, te miro a lo lejos y te busco en unos ojos vaciados de vida, un rostro desencajado cubierto de pegotes de polvo y sangre reseca, las entrañas rotas de Amor en mil pedazos, los brazos en tensión con manos rígidas, agujereadas, de dedos crispados. De los pies aún resbalan las últimas gotas de sangre.

No me atrevo a decir una sola palabra. Cualquiera sería vana y vacía. Solo te contemplo en una pequeñez de alma insignificante que cree haber entendido que quiere estar de tu lado, reverenciar cada una de tus palabras.       

La obra de Dios la has proclamado Tú, palabra a palabra, caricia a caricia, y la obra de los hombres la tengo delante de mí en un martirio interesado y sé que no quiero formar parte de esa encarnizada trama.